La primera evidencia es auditiva: algunas lenguas parecen hechas para el cine. Hay algo en su decir, en la musicalidad de las palabras, en su cadencia, que teje una unión especial con las imágenes. El portugués -sobre todo el de Portugal, pero también el de Brasil- es una de ellas, y sin duda la lengua amazónica de Justino también lo es.

Manaos se ha convertido en una gran zona portuaria, un gigante de metal metido en los poros de la selva. Como un gran receptor de los hilos del progreso -sea lo que fuere que signifique esta pretendida superación- el puerto atrae, desarraiga, domestica.  En esa zona de frontera, de jaulas de hierro y contenedores que traen y llevan los excedentes que otros disfrutan, transita Justino su fiebre de ciudad. Es notable cómo la cámara, en su serena disposición de planos y encuadres, asimila un estado de ánimo y un estar en el filo de dos mundos. En la superficie, A febre puede parecer una película sencilla, casi clásica en su distancia entre generaciones (la de Justino y su hija Vanessa, que parece llevar mejor su adaptación a la ciudad), y en el devenir de su protagonista austero, sereno en sus dolores y consciente de la soledad que acecha -como ese animal salvaje que todos dicen haber visto pero que no aparece.

La película de Maya Da-Rin crece bajo el signo de estrategias sólidas: la oralidad y el misterio.  En el centro de su relato, Justino cuenta a su nieto la fábula sobre un cazador que termina perdido en un mundo mágico; la fulminante intimidad del instante hace olvidar el dispositivo ficcional que allí lo representa, y la cercanía con los cuerpos agiganta la impresión de estar viendo y escuchando esas palabras por primera vez. No mucho después, una secuencia onírica -construida sobre los mismos espacios que sostienen un realismo cuasi documental-, nos arroja hacia los fantasmas de Justino con un bellísimo poder de sugerencia. Y en ese sueño rugen los ecos del enigmático plano inicial de la película, en el que su protagonista ¿regresa? de una vigilia similar (el ruido atronador, los ojos que se abren, los ramalazos de luz contra el metal, configuran tanto un espacio concreto de trabajo despersonalizado, como una zona de indefensión que se irá develando poco a poco). Construida a lo largo de escenas que no temen hacer del tiempo percibido una sustancia ajena a los azotes de modernidad que traen y llevan los contenedores por aguas ajenas -cada plano de máquinas y hombres en ese espacio comentan con la certeza de no necesitar palabras- A febre se permite hacer de Justino y su lengua nativa un refugio amenazado. Y como en un círculo que regresa siempre al mismo centro, la notable interpretación de Regis Myrupu es un prodigio de calidez y sonoridad; mientras su cuerpo es una superficie en pugna entre el agotamiento y la melancolía, en su voz se refleja una cultura que sobrevive en medio del ruido incesante de los días.

A febre (Brasil, Francia, Alemania, 2019). Guion y dirección: Maya Da-Rin. Elenco: Regis Myrupu, Rosa Peixoto, Johnatan Sodré, Kaisaro Jussara Brito, Edmildo Vaz Pimentel. Duración: 98 minutos.

Competencia Latinoamericana – Mejor largometraje (ex aequo).

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