Bella durmiente empieza con la imagen de una mujer durmiendo. Pero la despiertan, o no la dejan dormir: está acostada en el banco de una iglesia y un grupo de gente se ha puesto a rezar en voz alta… Toda esta película se trata de mujeres que intentan (más que nada, morir) y no las dejan. Es que el marco de este relato es el caso (real) de Eluana Englaro, una italiana que estuvo dieciocho años en estado vegetativo y cuyo padre pasó, diez de esos dieciocho, luchando para conseguir que la dejaran morir en paz. En Italia este conflicto, que enfrentó al Vaticano con gran parte de la política italiana, también provocó fuertes cruces entre la izquierda y la derecha, los laicos y los católicos, y hasta entre Silvio Berlusconi y Giorgio Napolitano.

 

Es que el tema del derecho a la muerte digna es delicado, tan delicado que, en cine, puede fácilmente aburrir. Y sí, esta película quizás no busque tanto abordar puntualmente la controversia de ese tema como hacer un retrato de la sociedad italiana y del peso que aún tiene la Iglesia en todas sus decisiones (controversiales o no). Y sí, está claro que Bellocchio aquí no pretende hacer un listado de las distintas opciones morales, de sus pros y de sus contras. Sin embargo, al director le cuesta eludir la solemnidad, el lugar común, la exageración y las copiosas medias tintas a las que puede conducir la observación de la muerte como derecho y decisión de alguien que no puede expresarse.
 
En Bella durmiente, y con el mencionado caso como marco temporal, Bellocchio cuenta tres historias paralelas: la primera es la de un senador del partido Forza Italia, quien duda si votar por la ley que impedirá que se le quite el sostén artificial a Eluana, y de su hija María, una ultracatólica que milita para que esa ley salga y se cumpla. La segunda historia es la de una famosa actriz (genial, pero agotadora, Isabelle Huppert) que deja su carrera (y su vida) de lado para dedicarse por completo a cuidar de su joven hija, postrada en una cama y en estado vegetal. Esa madre se rodea de monjas y se aboca a rezar, y a gritar que hay que rezar más fuerte, mientras su marido y su hijo le reclaman una atención que nunca volverán a tener. La tercera historia es la de Rossa, una drogadicta que intenta suicidarse (pero que va a hacerlo a un hospital) y la de un médico que intenta evitarlo. Las distintas porciones que vemos de estas tres historias suceden durante los últimos días en que se decide si Eluana podrá ejercer su derecho a morir dignamente.
           

 

 

Todo eso arma una montaña de dramas particulares y generales, de obtusos paralelismos y de replanteos existenciales. Acá Bellocchio, aún sin perder el talento y la ironía de sus escenas más provocadoras, está lejos de sus mejores películas, hasta lejos de la muy reciente (y gran ficción-inspirada-en-un-caso-real) Vincere. Porque el mismo director que en los años de su cine más militante abogaba por cambios radicales, ese que suele hacer un cine provocador, hoy nos entrega diálogos de manual (casi todos los de esta película, pero sobre todo los del hijo de Isabelle Huppert), personajes de manual (el de la hija, que se enamora y “ve las cosas de otro modo” y parece que se equivoca), y silencios de manual (el de Rossa, que termina agradecida con el médico que le salvó la vida). Claro, más de 40 años de trayectoria, distintas etapas, él y su cine cambiaron o evolucionaron… Pero, en verdad, acá Bellocchio parece estar algo edulcorado.

 

Y la mejor escena de esta película -que es aquella donde, en un símil baño romano, un senador de derecha se lanza, medio en bolas, a confesarse con el psiquiatra del parlamento- queda muy corta. Queríamos más de eso, queríamos quedarnos ahí, con los senadores vulnerables y un psiquiatra que medica” haciéndoles de religioso confesor. Pero no, volvemos a la literalidad del drama existencial: conservadores vs. liberales, derecha vs. izquierda, moralidad 1 vs. moralidad 2, y (por si fuera poco) uno de cada lado de la calle. Y hay cruces, literales, de vereda. Y hay encuentros en el medio. Hay indecisiones, hay votos en blanco. Hay locos de los dos lados, hay fuerzas de los dos lados, hay razones de los dos lados, hay corazón y egoísmo de los dos lados. Hay opiniones encontradas hasta en las mejores familias, esas en las que –claro- en el fondo todos se quieren. Pero mientras acontece todo esto, también hay tres (cuatro con María, que duerme en vida) mujeres condenadas a la vigilia, porque esta Bella durmiente es el inesperado zumbido que suena a medianoche, y en el cuarto contiguo, durante casi dos horas.
 


Bella Addormentatta (Italia/Francia, 2012), de Marco Bellocchio, con Isabelle Huppert, Toni Servillo, Alba Rohrwacher, May Sansa, 115′.

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