Alta cumbia empieza algo dura, rígida,  más por un tono amateur que por desprolijidad. Es cierto que la ficcionalización dentro del documental siempre es algo difícil, que la pretensión de documento atenta contra la alienación que necesita la ficción. Pero el riesgo asumido en este caso se paga al darle a la sucesión de entrevistas una progresión narrativa que mantiene el interés más allá del contenido de cada escena aislada. Los personajes entrevistados son divertidos, simpáticos y funcionan así que, una vez que empieza a aparecer ese material, la ficción pierde esa dureza amateur inicial y se retroalimenta en el documental, todo fluye.

La desprolijidad, o mejor dicho, la falta de pretensión estetizante, es una de las virtudes de la película. Alta cumbia asume la estética de su contenido, muy lejos de aquella búsqueda dosmilera por tomar la foto más linda, o de encuadre más extraño, de la villa o de cualquier escenario supuestamente no bello. Aquella búsqueda tuvo sus hallazgos pero tiene mandato cumplido hace rato.

La identidad que toma Alta cumbia se evidencia en que elige a sus protagonistas del ambiente de la villa, toma su punto de vista, rehúye lo despejado y limpio, llena el plano de gente y no para de sobreimprimir colores sobre las imágenes. Los planos están colmados, no hay superficies limpias, ni siquiera cuando están en el estudio de la productora cheta que contrata a los protagonistas (Martín Roisi y Pablo Antico, haciendo de ellos mismos) para hacer el documental.

Al reivindicar expresiones populares tan atacadas y desvalorizadas por el culturismo berreta, existe el riesgo de caer en una exaltación igualmente prejuiciosa. Se ha puesto un poco de moda una valorización canchera y sobreactuada de las formas populares como las únicas auténticas  en sectores de clase media proclamando valores que difícilmente sean parte de su vida cotidiana. No me estoy refiriendo a posiciones políticas aunque suele darse en simpatizantes kirchneristas. Posiblemente los restaurantes chetos de temática peronista sean la materialización más clara de lo que intento describir.

Alta cumbia no tiene (casi) nada de eso y ahí es donde quede más claro que está hecha por gente de cumbia, desde adentro. No es una película sobre “el fenómeno” de la cumbia villera porque para los que la hacen no es un “fenómeno”, es sobre la música y la historia. Todos los entrevistados hablan sobre las diferencias musicales entre las bandas, las letras, cómo empezaron a hacerse famosos, etc.

El “casi” entre paréntesis está pensando en que al principio el retrato del garca que produce el documental y la piba cheta que hace de productora en el rodaje es demasiado cuadrado, demasiado pegado al prejuicio que alguien de la villa puede tener sobre como es vista la cumbia por un cheto arquetípico.  El garca cumplirá con su destino de garca tal cual es anticipado, a la manera del cine clásico en la primera escena, cuando le ofrece a Roisi hacer el documental. La piba será la reivindicación de los no villeros. Durante gran parte de la película los documentalistas de ficción intentan conseguir la entrevista con Pablo Lescano, cuando se confirma Roisi, Antico y la chica están en el mismo plano, casi no hacen ningún gesto, pero esos segundos juntos marcan el momento en el que ella se pasa al bando de los buenos.

Alta cumbia (Argentina; 2017), de Cristian Jure, c/Diego Cremonesi, Pablo Lescano, Natalia Pelayo, Martín Roisi, Pablo Antico; 98′.

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