1.Las dos primeras escenas de Araña están desconectadas entre sí, a tal punto que suceden en espacios sociales absolutamente opuestos. En la primera, Inés (Mercedes Morán) asiste al club donde su nieto juega al fútbol. Como él se mantiene fuera del juego junto a otros niños, pregunta al profesor cuándo los va a hacer entrar y como éste solo le dice “después”, los incita a entrar a jugar porque “sus padres no gastan dinero para que se queden mirando”. En la segunda, un hombre circula con su auto por una zona de clase baja. La cámara se plantea como una subjetiva que va recortando la cotidianeidad del lugar vista desde la perspectiva del conductor –quien a simple vista podría ser uno más de quienes se ven por la calle. Se produce entonces, un arrebato en la calle. Un joven huye con la cartera robada y el hombre en el auto comienza a perseguirlo. El juego es algo perverso, en tanto el perseguidor frena por momentos, como si no quisiera tomar ventaja cuando el perseguido se detiene para tomar aire. La secuencia se resuelve cuando el perseguidor encuentra el momento justo para atrapar a su presa en movimiento, aplastándolo literalmente contra una pared. La primera escena revela de manera impúdica, el poder que se ejerce desde la posesión del dinero. No tanto porque se imponga una opinión, sino porque queda implícito la posibilidad de burlar toda regla posible hasta desvirtuar el juego –romper en este caso, el juego de equipos similares para introducir elementos de cierta anarquía: hay que observar que la operación se repite en la escena del colectivo en el paro de conductores-, tanto se trate del fútbol como de la sociedad. La segunda escena establece la resolución individual y violenta de una situación social, en el que El Otro queda tácitamente enunciado como punto de partida de la destrucción de las reglas de convivencia social.

2.Los protagonistas de esas dos escenas desarrolladas en el presente, se encuentran ligados por el pasado. Inés y Gerardo (Marcelo Alonso) formaron parte de un grupo de reacción derechista llamado Patria y Libertad en los comienzos de la década del 70. En los primeros flashbacks que remiten al pasado hay una construcción interesante, en tanto se juega con los lugares comunes previos del conocimiento del espectador. La secuencia que se arma entre las escenas que van de la sesión de fotos de la joven Inés (María Valverde) al momento en que ella y Justo (Gabriel Urzúa) invitan a Gerardo (Pedro Fontaine) a llevarlo en el auto, parecen asimilar sus comentarios y acciones a los de las tradicionales agrupaciones de izquierda (la mención luego corregida de Inés sobre Fidel Castro como personalidad del año; el hecho de que Gerardo haya sido echado de la Fuerza Aérea por su mal carácter; la referencia que hacen respecto del descrédito de los políticos tradicionales). Es una escena apenas posterior la que despeja cualquier tipo de dudas cuando Justo se apresta a descorchar un champagne –símbolo de esa pertenencia de clase a la que aludirá la propia Inés más adelante cuando su hijo le reproche su “revolución con champagne y caviar” a lo que ella responde “¿No es mejor que la revolución con empanadas y vino tinto que quisieron hacer los otros?”- y especialmente cuando compara a las burbujas producidas por la agitación de la botella con la ebullición del grupo al que pertenecen y al corcho a punto de saltar por los aires con Salvador Allende. El hallazgo consiste en que, incluso en ese momento, Wood se mantiene en su planteo que tiende a la similitud con el imaginario relacionado con los partidos de izquierda de la época. Sin necesidad de entrar en comparaciones o contrastes explícitos –el único momento de cruce entre grupos de izquierda y derecha es en la escena de la pintada bajo el puente, que termina en una violenta pelea generalizada entre ambos grupos y el posterior “linchamiento” de una de las militantes de izquierda que se refugia en una camioneta- Wood limita el parecido a algunos modos de actuación –ver la escena en que irrumpen en el colectivo durante el paro de conductores o el entrenamiento de los nuevos miembros en el bosque- y remarca las diferencias en los contenidos. Pero alejándose, a su vez, de toda proclama explícita. Incluso en la filmación del documental por parte de los alemanes, la película genera una incomodidad que proviene de la lógica discursiva que sostiene al grupo y en especial a Inés, aun cuando se remarca la circulación de dinero como motor principal de las acciones y la construcción forzada de un relato que manipula a la opinión pública –la muerte falsa de uno de sus militantes, el asesinato del edecán de Allende haciéndose pasar por un grupo de izquierda-. En ese punto, la construcción es provocativa en tanto exagera los rasgos que ponen en contacto a grupos opuestos. O incluso más: se puede pensar que de lo que se trata es de la manera en que se apropia de los modos de actuación de la izquierda (no hay que olvidar que en ese momento, la izquierda gobierna Chile y que en las instancias en las que existen gobiernos populares, progresistas o de izquierda, la derecha latinoamericana se asume a sí misma como “revolucionaria”). Esa apropiación se hace mucho más notoria en el nivel de las palabras, como cuando Inés – como representación de su clase- toma las palabras de una de las canciones más famosas de Víctor Jara y que fue y sigue siendo un himno de las luchas chilenas para quitarle a esa frase central su sentido de lucha: “Creo que después de toda una vida de dar clases en la Universidad Católica, de presidir fundaciones para niños pobres y de dirigir empresas, tengo el derecho de vivir en paz. Y sin miedo”.  Resaltar los rasgos de “normalidad” –el grupo organiza bailes y fiestas en los que lo ideológico pasa a un segundo plano, por ejemplo-, de semejanza con los otros –como hace la misma película al comienzo entre Gerardo y aquellos a quienes observa-, de similitud de actos, permite establecer la manera en que esos grupos pudieron surgir de los mismos sectores que alimentaron a los movimientos de izquierda -¿acaso no salieron sus miembros también de los hijos de la oligarquía unidos a los sectores marginales?, pero por sobre todo, sirve para comprender las formas en que asumió su subsistencia.

3.La noción de subsistencia se formula en Araña no tanto en referencia a los personajes o a los grupos en los que circulan. La narración en paralelo de los hechos del presente y del pasado –ambos siguiendo su propia linealidad interna- más que trabajar en las relaciones entre personajes, se centra en sostener la idea de la persistencia del pasado en el presente. Si un indicio claro es ese poster almanaque dominado por la foto de esa Inés que se postulaba para Miss Universitaria en 1971 y que sobrevive pegada en una de las puertas de la casa de Gerardo, como si el tiempo se hubiera detenido en ese momento, a lo largo de toda la película se despliegan elementos que permiten establecer que entre presente y pasado solo parece haber algunas diferencias en los objetos y en el vestuario. Algunas son más lineales en su puesta en pantalla –el ida y vuelta entre la primera relación sexual entre Inés y Gerardo en el 71 y la autosatisfacción actual de Inés- y otras se van sembrando a lo largo del relato, espejándose entre sí con leves variantes o deformidades. El lugar que se le asigna a la mujer en la sociedad chilena sin poder tomar decisiones –“¿Sabe lo que pasa en este país cuando una mujer se comporta como una mujer? Nadie le hace caso” le dice Gerardo a la mujer que lo entrevista para su evaluación psiquiátrica-, la idea del liderazgo de Inés en un ámbito de hombres imponiéndose a partir de acciones más ligadas a lo varonil –el linchamiento de la chica de izquierda puede ser un antecedente primitivo de la forma en que trata a los miembros del directorio de la empresa que preside-, la construcción de la familia como ámbito esencial aunque contenga el germen de una ruptura que siempre se evitará –“No me mires así, que las niñas como yo no se divorcian” le dice a Inés a Gerardo en el pasado, mientras en el presente, literalmente le ordena a su hijo que le responda a su padre aunque éste se encuentre borracho-. El más llamativo quizás sea el que cierra el círculo del personaje de Inés: vean, escuchen, esa entrevista en la sesión de fotos de las misses y compárenla con la entrevista armada en el final de la historia para un diario. En ambas, las preguntas de ocasión, banales, se reproducen, pero si en la primera se condice con la banalidad del concurso, en la segunda muestran todo su efecto distractivo y de ocultamiento, simulado por cierto (“Las marcas de la vida siempre se ven muy elegantes” dice Inés, la misma mujer que ha vivido ocultando su pasado). Todos esos elementos en verdad, sostienen la tesis principal de la película: que aquella sociedad que acabó con el gobierno de Salvador Allende, aún persiste en el Chile actual. Que los actos de violencia del pasado se replican en el presente, dirigidos hacia los mismos sectores. Y que un personaje que en el pasado señalaba que había que detener el “ultraje a la patria” se reconvierte en este presente en el que grita, antes de comenzar a disparar, “Esto es Chile y acá se habla chileno”, como una continuidad. Y que ese mismo personaje, puede solo con su presencia, tratar de reeditar la gesta del pasado, despertando al monstruo dormido que habita en los otros, como en ese que en el psiquiátrico, se anima a mostrarle el tatuaje con el símbolo de Patria y Libertad.

4.El símbolo es el que le da título a la película. Una araña vista como si fuera una cadena cuyos eslabones están quebrados, abiertos. En la definición del propio grupo, el quiebre a ambos lados en el símbolo, implica la ruptura tanto con el capitalismo internacional como con el marxismo del gobierno de Unidad Popular. Sin embargo, lo interesante de ese elemento es la forma en que representa de manera cabal al funcionamiento del grupo. La ausencia de otros eslabones de una cadena, implican la individualidad como único camino posible. La araña actúa sola, tendiendo trampas que le permiten su supervivencia, incluso a costa de acabar con el semejante. Trasladado a lo humano, el concepto de traición es lo que mejor le cuadra. Lo notable es que en este punto, Wood parece encontrar el desplazamiento que diferencia a estos grupos de los de izquierda, ahora sí, de manera radical. Las soluciones que se plantean ante las eventualidades son, inevitablemente, individuales y trascienden a aquel pasado para proyectarse en el presente –Gerardo decidiendo aplastar al ladrón, o arrasar a tiros a quienes celebran un ritual religioso- con el apoyo y la aprobación de ciertos grupos –los vecinos que aplauden tras aplastar al ladrón, los miembros del pabellón que facilitan a Gerardo la salida del psiquiátrico-. La ausencia de la idea de lo colectivo proviene de la actuación inmediata y el desplazamiento de lo reglado –“Cuando están violando a una mujer no hay que llamar a los carabineros, sino actuar como un hombre y detenerla”- pero también de las decisiones que se toman en el grupo: la instalación de un mártir que reivindique al grupo, por ejemplo, antes que derivarse de una elección grupal, proviene de la argumentación individual que tres de sus miembros dan en la reunión. Y es justamente ese carácter individualista el que pone en primer plano el elemento de la traición. Si la traición aparece como un elemento que cruza a todos los personajes –traiciones amorosas o sexuales en Inés y Gerardo, políticas en los tres- es su puesta en el otro lo que motoriza los elementos de resolución individual –el asesinato del edecán al que Gerardo parece resistirse por tratarse de un militar, se resuelve cuando Inés le dice “Es el edecán de Allende, es un traidor”-. La salvación individual lleva a los personajes a dejar atrás a quien perturba o molesta: de allí que Gerardo se transforme tras ser traicionado y abandonado por sus propios compañeros, en una representación perfecta de ese grupo que se disuelve una vez concretado el golpe de estado contra Allende. Una vez que el proyecto colectivo ha sido reemplazado nuevamente por la iniciativa individual como única fuente de la sociedad.

5. Araña puede parecer una película una película simple en cuanto a su estructura, pero esa simplicidad es por lo menos engañosa. La cronología paralela de ambos relatos está justificada porque lo que se genera es un entrecruzamiento que genera la percepción de la existencia de dos dimensiones en un mismo espacio. Lo notable y valioso es que entre esas dos dimensiones no existen fisuras, lo cual termina reafirmando la indiferenciación de actos entre los tiempos de la narración. El bloque resulta tan compacto que ni siquiera la emergencia de elementos que amenazan la estabilidad –la “vuelta a la vida” de Gerardo, la reaparición de la viuda del edecán que quiere saber la verdad de lo ocurrido con su marido- logran resquebrajarlo. Tal vez porque en el centro de ese armado está el personaje de Inés, que ofrece apenas algunas dudas tenues en el diálogo con el dueño del periódico, pero que parece incólume incluso ante la desesperación etílica de Justo y la aparición súbita y violenta de Gerardo, porque en ella, a fin de cuentas, reside el poder en las sombras de esa sociedad (es notable la escena en que todos los hombres del directorio firman el comunicado y ella, que parece haber aceptado la decisión de dejarla afuera, los termina tratando de “maricones” y “misóginos”). El gran mérito de la película de Wood es el de sostener su relato desde un grupo sin abandonarlo y sin ceder a las tentaciones de contraponerlo a otros discursos opuestos, dejando que los actos y las palabras de sus personajes actúen como definiciones precisas de ese grupo social. Araña es en ese sentido, un desafío para el espectador bienpensante al que no le ofrece en ningún momento una salida tranquilizadora en el interior del campo visual del relato, haciendo de ese esquema en el que el Otro solo existe en tanto se lo menciona, y si se lo menciona es para encontrar la forma de aniquilarlo, una parte esencial ya no solo del discurso de Patria y Libertad, sino de la película toda.

Calificación: 8/10

Araña (Argentina / Brasil / Chile; 2019). Dirección: Andrés Wood. Guion: Guillermo Calderón. Fotografía: M.I. Littin-Menz. Edición: Andrea Chignoli. Elenco: María Valverde, Mercedes Morán, Caio Blat. Duración: 105 minutos.

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