Por Paola Menéndez.

Apolo desencadenado. Existe un grupo pequeño de extraterrestres que ostenta el título de “inefables amigos de la humanidad”. Sin discutir posiciones en el ranking, resulta aceptable decir que E.T. intentando llamar a casa, Alf persiguiendo a Suertudo o Kal-El surcando el cielo de Kansas, evocan momentos divertidos, entrañables y esperanzadores. De la esperanza trata, en parte, esta historia, y hacia ella intentaremos viajar.
Ernst Bloch, filósofo injustamente menospreciado, jugaba a trastocar aquella conocida sentencia de Hölderlin -“donde crece el peligro, crece la salvación”- estableciendo una relación de orden dialéctico en la misma: “donde crece la salvación, también crece el peligro”. Ambos componentes se presuponen y se necesitan para existir. Eso es, al menos, el espíritu de lo que Jor-El (Russell Crowe) transmite como advertencia cruda de la utopía a construir, mientras sostiene a su hijo por última vez. El despliegue es conmovedor: Krypton desaparece a fuerza de sangre y fuego, de la mano de un intento de golpe de estado que sólo representa el prólogo a la verdadera catástrofe posterior. La recreación de Krypton -la aridez de su paisaje, la híper tecnificación de la vida- resulta minuciosamente cuidada al punto de convertirnos, como Lara Lor-Van (Ayelet Zurer),  en testigos presenciales de la autodestrucción.
La historia entonces se presenta como la conocemos, aunque con ciertas licencias poéticas de los guionistas que podrían afectar la sensibilidad de más de un fanático. El crimen  adosado al general Zod (Michael Shannon) hacia el momento de apoteosis de Krypton anticipa la generación de un elemento ineludible en la filmografía de Cristopher Nolan: el componente traumático y la metáfora de orfandad, de la que nos ocuparemos luego. El contrapunto Zod versus Jor-El permite el desarrollo de la narrativa de origen del héroe, y permite develar las fisuras y contradicciones de ese mundo de valores -morada platónica- archi racionalizado.
En efecto, las huestes del general Zod representan una vertiente radical del hombre de acción, quien entiende arquetípicamente que la destrucción tiene un costado benefactor, al depurar la sociedad de sus componentes débiles o impuros. No se trata de la ausencia de ética, sino que la misma se erige contra los intereses y la supervivencia de la humanidad. Una vez más, se trata de sacrificio. Sembrar uno, dos Krypton, será la consigna que este personaje lleve interplanetariamente a fin de restablecer la supervivencia de los suyos. Luego de la desaparición de su tierra y el escape de la Phantom Zone, Zod asumirá, mesiánicamente, el rol del líder conductor. Su alter ego no será Kal-El en sentido estricto. El general Zod –comparable al Magneto de la Marvel- se opone a la constelación ideológica que Jor-El –asimilable con Xavier- deja como legado a su hijo. Sin lugar a dudas, éste resulta uno de los lugares más transitados por las historietas de superhéroes en un sentido filosófico, pero al mismo tiempo aquí es actualizado de forma atractiva.


En ese sentido, hay dos naturalezas -caras de una misma moneda- sobre las que se arriesgan las reglas del juego de la evolución. Por un lado, la ley de procedencia divina y todo el fetichismo de la religiosidad: el sacrificio del cordero, la idea de Redención, el empecinamiento apolíneo, son elementos configurados con detalle preciosista. Por otro lado, se imprime la misma potencia en acentuar el carácter alienígena con toda su parafernalia tecnológica.
Kal-El comienza una exploración hacia el conocimiento de sus poderes y el pleno ejercicio de sus habilidades. Son impecables las labores tanto del Superman niño (Cooper Timberline) como del Superman adolescente (Dylan Sprayberry), ya que nos transmite exitosamente el padecer del personaje. En ciertos momentos, de una forma mucho más natural que el propio Henry Cavill. Un párrafo aparte para la insufrible Lois Lane (Amy Adams) devenida aquí en una pelirroja damisela en apuros que reduce lo femenino a un ornamento sin acciones cruciales. ¿Hay en el mundo de las partenaires femeninas de los comics una figura conocida más independiente y autosuficiente que esta periodista? 
El retrato de la comunidad Smallville, pintoresca y miserable al mismo tiempo, representa aquel hogar de las primeras hazañas y el ingreso violento a la conflictividad identataria. En ese sentido resulta pertinente establecer diferencias con la versión del 1979, en donde, como señaló Baudrillard, “Clark Kent  personificaba, de forma perfectamente típica, al espectador medio, asaltado por los complejos y despreciado por sus propios semejantes, a lo largo de un obvio proceso de identificación”. En este reboot, la misma empatía se ubica fuertemente en la niñez, para permitir la emergencia de la hamartia (el error trágico del héroe). Cristopher Nolan recrea esta instancia dramática producto de su propia invención ya que, en este caso, el suceso traumático no aparece en los comics. Es interesante detenerse en esto, ya que el Superman de Cristopher Nolan y  Zack Snyder no detenta nocturnidad como algunos críticos sostienen (la oscuridad sigue siendo el terreno de El caballero de la noche), pero la narrativa de esta obra exige el trauma como dispositivo singularizador y mecanismo identitario. Esta es una de las facetas novedosas y fértiles de este largometraje. Una fuerza del orden del desamparo revela un perfil anímico que contrasta con la magnanimidad de poderes físicos, retratados uno por uno mediante increíbles y precisos efectos especiales.

El personaje, movido por el error trágico, emprende una búsqueda, una arqueología -en sentido literal- de su propio ser hasta encontrar, en otro particular giro de la película, a la Fortress of solitude devenida en nave exploradora. La consciencia de Jor-El -el hombre que colocó la esencia genérica de todo Krypton en su hijo- ofrece entonces a Kal-El el cáliz, el linaje –mediante la licencia poética del traje- y el sacrificio, porque la  imperiosa necesidad de dejar que el sufrimiento hable con elocuencia es la condición de toda verdad. A través de toda esa crisis, se asume finalmente una existencia extraordinaria.
La película constituye una síntesis compacta entre el carácter divino y la naturaleza alienígena, y es a partir de las secuencias de la lucha, aun incluso más que en los diálogos, donde mejor puede apreciarse esta simbiosis. Durante el enfrentamiento entre Kal-El y los soldados de Zod, la humanidad pone en juego todo su poderío militar, que no representa ninguna amenaza para los dioses alienígenas. Hay empeño en destacar, justamente, el carácter inferior de la especie terrícola – devenida en espectadora- frente a la supremacía kryptoniana. De hecho, una de las debilidades de Superman esgrimidas por Zod es la de ser “más humano que humano”. La otra, quizás mas evidente, es el temple de guerrero que uno ha llegado a desarrollar desde la cuna. O más bien, el carácter predestinado de ese temple.


En la impresionante batalla final con el general Zod se expone de manera simbólica el paso de una existencia a otra. Zod se despoja de su armadura y decide abrirse paso en este planeta hostil. La levitación, acto fundante de la habilidad de aprender a volar, provoca el cambio de estatus del general: ahora ya es un Titán y los implantes tecnológicos no le son necesarios. La lucha es olímpica, sublime, implacable…
A modo de conclusión de la historia, el guiño transgresor y hasta cierto punto crítico hacia la observación permanente del gobierno norteamericano a sus ciudadanos y el atendible derecho a la privacidad de los mismos, queda reencauzado en el diálogo final: “¿Cómo sabemos que usted no atentará contra los intereses de los Estados Unidos en el futuro?”, pregunta el general Swanwick (Harry Lennix), a lo que Superman responde: “Me crié en Kansas, no hay nada más norteamericano que eso, General”, retornando a la legalidad que todos esperamos, y dejando entrever que cualquier ciudad norteamericana puede alimentar secretamente la esperanza de que un día, de las ruinas de su actual presente, florecerá un superhombre capaz de reivindicar toda una vida de mediocridad.
Apolo camina entre nosotros y ya destruyó varios artefactos de la Lexcorp… Duerman tranquilos.

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