El hijo de Jean se enmarca en la tradición de cierto cine francés que trabaja el intimismo o ciertas facetas de la intimidad sin por ello dejar de lado la acción y las complejidades de la intriga, por más íntima que esta sea. El hijo de Jean es varias películas dentro de la misma; es una película donde lo que priman son las relaciones interpersonales llevadas de la mano por un notable grupo de actores, que sabe llevar el tono del relato, entre austero y conmovedor, y que permite que lo narrado sea contundente y a la vez portador de una tristeza que no obtura la posibilidad de reparar las pérdidas y poder así continuar con su vida.

Drama familiar anclado en las raíces y en el origen, en las ausencias y las huellas que estas dejan en los sujetos involucrados, la película de Philippe Loiret parte de un llamado, el que recibe Mathieu, un padre de 30 y pico de vida rutinaria (notable el actor francés Pierre Deladonchamps), y que inicia lo que será un viaje iniciático, guiado por la necesidad de saldar una deuda  con su pasado. Ese viaje se irá delineando a partir de una voz, de un vínculo sutil y elaborado con exquisito ojo por el director, que establece Mathieu con Pierre (interpretado extraordinariamente por Gabriel Arcand), un enigmático y misterioso personaje quien le informa de la muerte de su padre. Ese llamado es lo que impulsa a Mathieu a recorrer la distancia que separa París de Canadá para ordenar las piezas de un rompecabezas, de la vida de un padre del que desconocía su existencia, para poder darle así sentido pleno a su propia vida.

Es en la relación entre Deladonchamps y Arcand que se construye parte de la dulzura inasible del film de Loiret, una dulzura no exenta de una parquedad y melancolía que ayudan a que el relato no se tiña de cierto subrayado simplón. Loiret consigue en El hijo de Jean momentos de cierto suspenso extrañado (que lejanamente resuenan a un vínculo espectral con Cassavetes, sobre todo en las escenas en las que participan los dos protagonistas y los hermanos del padre fallecido). Por ello esa mixtura de géneros es funcional: por un lado está ese drama íntimo, bien llevado por los intérpretes que entienden el tono con el que se tiene que contar la historia; y también está esa zona difusa en la que la película se desliza, en la que la fuerza de lo no dicho cobra una entidad poderosa, y que es precisamente ahí donde retumban los ecos del cineasta de Una mujer bajo influencia. Filmar la ausencia desde lo que ella genera en los cuerpos que entablan un vínculo con lo que ya no está es quizás el merito principal de Loiret, quien filma con sinceridad y sencillez, quien trata con ternura y amor a sus personajes, y quien desde un logrado formalismo tensiona al espectador haciéndolo participar de ese viaje hacia el pasado con vistas hacia el futuro.

Es en los momentos más cassaveteanos  de El hijo de Jean donde la presencia espectral  de la ausencia y de la muerte se vuelve profundamente ominosa y  perturbadora para el espectador (y donde a mi cinefilia le resuenan ecos de Maridos , sobre todo de la escena inicial de esa obra maestra de Cassavetes en la que los amigos despiden a su compañero). Es allí donde, insertado adecuadamente el enigma (el de la muerte o ausencia del padre), la película nos permite contemplar cómo los sobrevivientes a ese padre ausente (hijos reconocidos y no reconocidos incluidos) lidian con esa ausencia permanente, y atraviesan su dolor de diferentes maneras. La cámara filma ese padecimiento sin goce alguno, como si fuera un etnógrafo que describe un lugar en ruinas con la justa objetividad, pero cuidando a su vez la integridad de los personajes. Luego, algunas vueltas de guion deciden correrse de ese escenario ominoso filmado de manera lumínica por Loiret, dando pie a otros interrogantes, también narrados con buen pulso aunque sin la misma fuerza, y (casi) sin golpes bajos que atenten contra la honradez de la historia.

El hijo de Jean intenta narrar un tema universal como es el “ser padre” y es esa relación filial la que contrasta con el devenir padre del propio Mathieu. Es ese dialogo interior que llevará el propio Mathieu a lo largo de todo el film, entre su historia (y la cruz con la que carga) signada por las huellas que le representan ese padre ausente y la propia construcción que hace de su rol de padre, lo que  sostiene de manera  convincente y conmovedora la trama del film, tal vez porque en definitiva  nos interpela a todos sobre lo que representa ser un padre y ser un hijo en la vida que, por azar y por decisión, nos toque vivir.

El hijo de Jean (Francia/Canadá, 2016), de Philippe Loiret, c/ Pierre Deladonchamps, Gabriel Arcand, Catherine de Léan, Marie Thérèse Fortin, 98′.

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