La producción de Rodolfo Walsh en el campo de la literatura argentina presenta un recorrido anómalo. Por un lado están sus cuentos policiales, pequeñas piezas de orfebrería que conectan con una tradición específica del relato policial en el país. Una tradición que lo emparenta en búsquedas temáticas con Borges, Bioy Casares, Silvina Ocampo y otros grandes referentes de la literatura argentina. Por otro lado se encuentra su trilogía de «no ficción» que tematiza la violencia política surgida en el país al calor de la proscripción y persecución del peronismo. Esa trilogía está compuesta por Operación masacre, ¿Quién mato a Rosendo? y El caso Satanowsky. Walsh trabaja en esta línea conceptual entremezclando literatura y periodismo, en el mismo sentido en el que por esa época lo hace Truman Capote, autor de A sangre fría.

Finalmente se encuentran los documentos políticos que Rodolfo Walsh escribió en la década del 70, que en general son analizados por la crítica desde el punto de vista político e ideológico y por fuera de cualquier consideración estética. Walsh se transforma, por medio de una operación discursiva, en el significante de un escritor comprometido. El compromiso es entonces asociado a la militancia y la militancia desde esta óptica no puede ser analizada en términos estéticos.

Esta operación impide pensar los últimos años del Walsh escritor. Para las generaciones nacidas luego de la dictadura, Walsh es una especie de poster de intelectual comprometido que pasa a la acción. Esa lectura despolitizada simplifica el modo de leer a Walsh y dificulta la posibilidad de entender las tensiones que existían (y que subsisten en la actualidad) entre el campo intelectual y el campo de la política en nuestra historia reciente.

El Walsh cuentista sería un Walsh representante de una determinada tradición (policial, en este caso), el Walsh de la trilogía de no- ficción se encontraría asociado a la vanguardia, y el Walsh de las cartas y documentos sería asociado con el mundo de la política y la militancia.

El problema de estas lecturas banales es que la realidad siempre es compleja y difusa. Tradición, vanguardia y compromiso no son tres momentos diferentes en la obra de Walsh. Eso es evidente cuando uno lee desde “la literatura” el conjunto de documentos que Walsh escribió en la década del 70. Textos como «Carta a Vicky» y «Carta a mis amigos” tienen un valor testimonial pero también poseen valor estético. Son pequeños textos que desde el desgarro permiten teorizar sobre la condición humana. Walsh en esta época presenta una prosa depurada en la que la economía de recursos expresivos se pone al servicio de un relato alucinado y abismal que narra a la par la tragedia colectiva y la tragedia individual (representada en el asesinato de su hija Vicky en manos de los militares).

Los textos dedicados a la memoria de su hija son piezas magistrales desde el punto de vista literario. Oraciones muy breves que funcionan como fotografías que describen un dolor inenarrable. Esos textos trabajan sobre la imposibilidad de la literatura de poner en palabras lo que no se puede nombrar. En tanto la «Carta abierta de un escritor a la Junta Militar» es una descripción ajustadísima del plan económico y político que el llamado Proceso de Reorganización Nacional llevó adelante durante su primer año en el poder.

Al cumplirse el primer año del golpe cívico militar que asoló este país el 24 de marzo de 1976, Walsh tomó la decisión de narrar y denunciar la violencia material y simbólica que la junta militar estaba llevando adelante en el país.  El corto Un oscuro día de injusticia, de Daniela Fiore y Julio Azamor, da cuenta del ultimo día con vida de Walsh y de ese último gesto político que cobra una dimensión sacrificial y mitológica, a la vez que pone en contexto la violencia política que los militares que gobernaban el país llevaban a cabo. El corto fue realizado de modo artesanal, usando cartones de papel dibujados a mano y terminados con pincel y tinta china. Ese trabajo estético trasmite un realismo abrumador que conmueve sin necesidad de sobreexplicaciones discursivas.

La historia del corto es simple y desgarradora. Walsh escribe la carta en la que denuncia en soledad los horrores de la dictadura cívico y militar y en donde remarca el plan político y económico que la junta lleva a cabo. Luego se guarda la carta y la reparte en un buzón hasta que es interceptado en la esquina de Entre Ríos y San Juan, donde es finalmente asesinado. Fiore y Azamor, por medio de un exquisito trabajo visual (se utilizaron 12.500 dibujos para la realización del corto), realzan la sensación de opresión y persecución que vivía la sociedad argentina bajo la última dictadura. Los asesinos de Walsh son en apariencia humanos pero detrás de esa apariencia no son otra cosa que lobos. El corto realza la figura del héroe que en solitario realiza su tarea sin posibilidad de escape. Esa tensión entre una sociedad de lobos depredadores y el héroe trágico que capta “un oscuro día de injusticia” funciona como modo de lectura de esa época aciaga de la historia argentina. El corto, al igual que La larga noche de Francisco Sanctis funciona como la radiografía de una época en la que los crímenes que comete el Estado solo pueden ser cuestionados desde una lógica individual relacionada a una ética particular.

La otra virtud no menor que tiene Un oscuro día de injusticia es la de realzar y volver a poner en órbita la obra literaria de Walsh, más allá de la etiqueta de escritor comprometido. Acercarnos nuevamente a la lectura de textos como Operación masacre o «Carta abierta de un escritor a la Junta Militar» por fuera de las etiquetas de tradición, vanguardia o militancia nos permitirá, por último, vincularnos sin prejuicios de ningún tipo con la obra de un autor que describió como pocos una praxis política determinada. Una praxis que descubre de modo quirúrgico el pasado de nuestra sociedad y que todavía opera en nuestro presente.

Calificación: 8/10

Un oscuro día de injusticia (Argentina 2018). Dirección: Daniela Fiore, Julio Azamor. Duración 10 minutos.

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