En el último tiempo hubo varios intentos de incursionar,desde un prisma femenino, en un terreno tradicionalmente apropiado por los varones como son las historias de robos planificados, los divertidos relatos de estafas y los épicos ascensos y caídas en la mafia. Los ejemplos fueron varios: Viudas (Steve McQueen, 2018), Ocean’s 8: Las estafadoras (Gary Ross, 2018), Las reinas del crimen (Andrea Berloff, 2019); películas que nunca encontraron un camino propio, que replicaron una fórmula ajena bajo un cambio apenas cosmético, que cayeron en su propia encrucijada de conjugar la iconografía de un género popular con las demandas de un discurso de reivindicación. Estafadoras de Wall Street no cae nunca en esa trampa, consigue una identidad absoluta con el universo que representa, una puesta en escena audaz y original, y una mirada honesta sobre sus personajes que es lo que la hace brillar, distinta a todas las demás.

Lorene Scafaria no solo es la directora sino la autora del guion, inspirado en un artículo periodístico publicado en la revista New York. La estructura que ella privilegia combina dos tiempos: el pasado, que concentra el antes y después de la crisis financiera del 2008; y el presente, en el que una de las protagonistas de una sonada estafa es entrevistada por una periodista. El pasado, entonces, se evoca desde la mirada de Destiny (Constance Wu), una joven de ascendencia asiática que comienza a trabajar como stripper en un club nocturno de Manhattan. Ese escenario exuda la misma abundancia que define a la plaza financiera, con los billetes surcando los aires y los cuerpos dispuestos a la danza entre gritos y apuestas. Destiny es una recién llegada, desorientada como todos los novatos que se abren paso en ese mundo de egos y ambiciones, extraño espejo del despiadado mercado bursátil. El retrato de Scafaria hilvana con precisión una mirada política que se concentra en una clara declaración: están los que pagan y los que hacen el baile; eso es Estados Unidos. Y basta ver cómo filma el escenario para entenderlo.

En una de sus primeras noches, Destiny conoce a Ramona (Jennifer López), enfundada en un tapado de piel, dueña del caño que domina con movimientos sensuales y un control absoluto de su propia puesta en escena. Ramona es la reina del lugar, la maestra de ceremonias de las performances que se repiten noche a noche, dentro y fuera de la pista de baile. Es la que conduce a Destiny a entender la lógica de ese peculiar mercado, la que le ofrece una voz amiga y la que le enseña los trucos y secretos para sobrevivir. Es esa amistad, sometida a las ideas y vueltas de la vida, a los cambios económicos, a los conflictos personales, lo que Scafaria instala como el corazón de su película, en la que las estafas no son más que un nuevo artilugio para la resistencia que usan aquellos que siempre estuvieron en desventaja. La dinámica entre Wu y López está llena de pequeños hallazgos, desde la escena en la que Ramona cobija a Destiny del desamparo bajo su inmenso tapado de piel, hasta el fascinante aprendizaje de las posturas de pole dance, o las miradas llenas de admiración mutua y secreta complicidad que comparten como antídoto ante cualquier peligro. Ramona es capaz de teñir de calidez y protección el gesto más mundano, como el necesario matiz de esa dura supervivencia que ella misma ha experimentado, y que hoy enseña a sus compañeras y discípulas.

La curva de ascenso y caída que recorren Ramona y Destiny en los tiempos previos a la burbuja financiera que explotó con la crisis del 2008 recuerda el hito del crack del 29 que usaron muchas de las emblemáticas películas de gánsters de la era clásica. Un tiempo de dólares y abundancia bajo la égida de la Ley Seca que se terminaba abruptamente con la llegada de la Depresión y la persecución del gansterismo. Scafaria subvierte esa ecuación: el retrato del glamour de la abundancia en los tiempos previos al 2008 no se define por los bares clandestinos y el alcohol berreta, sino por la legalidad en el mercado de apuestas financieras y en los escenarios de baile en el club de strippers. Día y noche, Nueva York funciona bajo la misma lógica en la que el más vivo se queda con el dinero porque todo está permitido. La crisis termina con eso, pero no lo hace a la manera de Héroes olvidados (1939), en la que la llegada de Roosevelt al poder mandaba al pobre James Cagney a la épica del desplazado, en la que solo le quedaba un ascenso y caída simbólico en la escalinata del mito, sino que en la Nueva York del siglo XXI se instalan las nuevas reglas de supervivencia.

Tras una serie de distanciamientos y meses turbulentos, Ramona y Destiny se reencuentran y deciden asociarse con dos compañeras del bar para vaciar los bolsillos de los corredores más resistentes a la marea bursátil. Si en el mercado los peces grandes se comieron a los chicos y los escrúpulos escasearon, Ramona y Destiny consuman su alianza en el ejercicio de una ilegalidad que surge, paradójicamente, como un acto de merecida justicia. Ya no queda nada del idealismo del New Deal de Roosevelt; la mirada de Scafaria responde a un dictado de nuevos códigos, en los que Ramona y Destiny evitan cualquier clisé de competencia femenina o celos adolescentes para establecer una dinámica no exenta de complejidades y contradicciones. Ambas madres solteras, encuentran en el acercamiento que los golpes y la edad le proporcionan, tanto los cimentos para esa amistad entrañable como las evaluaciones de sus propias prioridades. Pero como Destiny es quien nos cuenta la historia, Ramona se mantiene hasta el final como un misterio, como un ambiguo y revelador personaje que impone sus reglas a fuerza de pasión y temeridad. Y con la única presencia que podría haber tenido: la que le regala Jennifer López.

Lo de JLo es increíble; no solo demuestra que cuando aparece es la dueña absoluta de la pantalla, sino que nos recuerda que nunca tuvo hasta ahora un personaje a su altura. Quizás la Karen Sisco de Un romance peligroso sea la mejor vara con la que medirla, pero Ramona solo existe tal como la vemos porque ella le pone todo el cuerpo. Y Scafaria la dota de una sabiduría intuitiva, nacida de la calle, como aquella con la que la actriz ha forjado su popularidad a lo largo de su carrera. Es ese pulso con el domina el encuadre el que nos permite seguirla incluso cuando no aparece. Es su personaje el que absorbe esa aura fascinante que tenían los gánsters del cine de los años 30, formados con los golpes de la vida, las batallas perdidas, la epopeya que no podía darse nunca en el mundo autorizado. Y como el Eddie de Héroes olvidados, trágico veterano de la Primera Guerra, olvidado por sus amigos y sus compatriotas, batalla hasta el final en nombre de sus lealtades. Ramona se sube así al mismo firmamento, ese que solo tiene la gloria de los fieles y los espectadores.

Calificación: 8/10

Estafadoras de Wall Street (Hustlers; EUA; 2019). Guion y dirección: Lorene Scafaria. Fotografía: Todd Banhazl. Edición: Kayla Emter. Elenco: Constance Wu, Jennifer Lopez, Julia Stiles, Mette Towley. Duración: 110 minutos.

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