El-5-de-talleres-posterEl Patón Bonassiolle es un rústico, un cinco que parte rivales en la mitad de la cancha de Talleres de Escalada, que ve a menudo la roja, que sigue siendo líder aún afuera del equipo, y que, a los 35, siente que ahora la tarjeta roja se asoma en su futuro de futbolista. El Patón es veterano para el fútbol y joven para la vida. Él y su esposa Ale tienen una unión intensa y vital, cargada de erotismo. Ale y Sergio, el Patón, se rozan, se besan, se chupan, se frotan; sus juegos, miradas y peleas están inflamados por la inmediatez del sexo. Sin embargo nunca lo concretarán frente la cámara, siempre se detendrán al borde, ya sea porque Ale tiene una clase de gimnasia o porque, en el medio de un bosque rural, dice ver una rata que interrumpe el ejercicio oral que su esposo ha iniciado entre sus piernas. No es pudor ni histeria. No hay histeria en Ale, ni en Sergio hombre de familia, ni en el Patón-patrón de la media cancha en un club que –sin histeria- tambalea siempre entre el descenso a la anónima categoría D, fuera del séptimo círculo de la AFA, y la vuelta siquiera a la B metropolitana, o incluso el ascenso a la hipotética gloria de la Primera a la que nunca accedió. No hay histeria en sus compañeros del modesto club suburbano, sobreviviendo junto a las vías del Roca, el ferrocarril que administraron los ingleses hasta exprimirlo dejando solo la impronta de sus nombres: Témperley, los aristocráticos Quilmes y Bánfield. Más cerca del Riachuelo los talleres impusieron en cambio su huella mestiza y proletaria al football y se lo apropiaron (los ingleses se llevaron las Malvinas y la carne a precio vil, la cordura de mi tío Pablo que luchaba contra ellos en su demencia senil y los ojos de Borges, quemados en la lectura extasiada de Milton o Blake. Nos dejaron a Hudson, que se descubrió melancólico y argentino en su voluntario exilio británico, las viejas estaciones ferroviarias; y el fútbol. Salimos hechos).

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No hay histeria, al sur del conurbano hay pasión estirada hasta algún límite prudente, porque la concreción (el orgasmo, el ascenso) que Biniez elige no mostrarnos supone el fin, un límite temporal a la felicidad posible en Remedios de Escalada. En El 5 de Talleres Adrián Biniez filma le felicidad y el tiempo que la acota, lo hace sin afán de trascendencia, aprovechando la falta de pretensiones del denigrado costumbrismo en que hace transitar a su historia.

La felicidad es el sexo, el encastre perfecto de dos personas que quieren solo el cuerpo del otro, un estado transitorio que cambiará con la aparición de un tercero (un hijo por ejemplo, Ale y Sergio no lo tienen todavía). La felicidad es la camaradería machista del vestuario y el asado con los padres en el patio de casa. La felicidad es la incertidumbre de hacer planes para después del fútbol. La felicidad es el fútbol.

“Tristeza nao tem fin, felicidade sím”, decía Vinicius (tal vez intuyendo la tristeza del fútbol brasileño actual). Uno y otro estado emocional están unidos por el tiempo, el verdadero malo de toda película. El tiempo es el protagonista último de El 5…Cada una de sus secuencia está pautada por un cartel que anuncia el resultado de un partido: Talleres vs. Excursionistas o El Porvenir o Dock Sud (en el registro de los goleadores hay nombres anónimos, otros que homenajean a próceres tallarines: Javier Zanetti, Germán Denis, o reflejan quizá algún sueño húmedo del director: Riquelme goleador en Escalada); cada uno de ellos es una marca en el tiempo de descuento de Bonasiolli, aquel en el que dejará de jugar para ser un hombre, capaz de terminar el secundario guiado por su mujer, de vender lingerie, poner un lavadero automático, o distribuir picadas tandileñas, capaz de buscar la felicidad en otros ámbitos para seguir junto a Ale y los demás en su acotado mundo suburbano.

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La felicidad es casi imposible de filmar, está siempre más lejos y más arriba y tiene matices que apenas se perciben. Recuerdo pocas, si alguna, película feliz. Cantando bajo la lluvia (“El himno a la alegría del cine”, decían Chabrol y, creo, Rohmer) figura en la cima pero, como casi todo el cine musical es una abstracción,  tan gloriosa como desinteresada en mostrar en clave naturalista la vida cotidiana. El baile es de por sí una apoteosis, filmarlo es una estetización bienvenida que exalta la belleza y las habilidades diferentes de algunos hombres y mujeres.

Cavallería rusticana, la ópera del compositor fascista Pietro Mascagni, trata del honor y la desventura de los rústicos, historia verista de amores trágicos, su belleza naturalista está beneficiada por la desmesura del amor sin límites y de la muerte pasional; honor y cuchillo se llevan la vida de Turiddu. Los rústicos de El 5…  no tienen esa ventaja dramática, su sangre nunca enrojecerá al poluído Riachuelo, sus amores y sus trabajos tienen límites cercanos, su peculiar belleza es la de la gente común viviendo historias de cordura ordinaria. Esteban Lamothe (El Patón/Sergio) mueve su cuerpo trabajado y rústico en el espacio físico con una aparente torpeza que acuerda con su cara de rasgos grandes, de engañosa inexpresivad; Lamothe construye con la mirada, capaz de saltar de la tristeza a la alegría o a la furia en un instante y de transmitir sus ánimos al resto del cuerpo. Lamothe desconcierta, parece apuntar en una dirección, hace un amague con sus ojos y se va sin marca por el otro. Julieta Zylberberg (Ale) es un compendio de energía y sensualidad; cada movimiento de su cuerpo está cargado de una energía capaz de elaborar una sensualidad plena. Un giro de la cabeza, un movimiento del pelo, todos destinados a atraer la mirada masculina o, para el caso, de la cámara, que Biniez maneja con delicada maestría en los encuadres y preciso sentido del ritmo en el montaje; esas cualidades son las que hacen la bondad del relato, más allá del tono o el género (naturalismo, costumbrismo, etc…). También habrá que hablar de la dirección de arte, que construye esos únicos espacios de clase media, abigarrados, desordenados, vitales.

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Luego de ver por primera vez El 5…me fui con la sensación de que toda la película estaba filmada en primeros planos, lo que contradecía la lógica de una historia que transcurre en buena parte en espacios abiertos y llenos de gente. La segunda visión me rectificó: Biniez utiliza toda la escala de planos que conoce el cine, pero la intimidad que establece entre sus personajes principales y entre estos y algunos de los secundarios, me habían dejado esa sensación de cercanía. La plenitud de esos hombres y mujeres rústicos que no dejan de empujar desde el suburbio, felices de estar juntos en una época que lo hace posible.

Aquí pueden leer una entrevista al director.

El 5 de Talleres (Argentina, 2014), de Adrián Biniez, c/Esteban Lamothe, Julieta Zylberberg, César Bordón, Néstor Guzzini, 100′.

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