El metalenguaje es un lenguaje que se usa para hablar de otro lenguaje. El rey de la comedia (The King of Comedy, 1982), funciona, en muchos aspectos, para ilustrar perfectamente cómo el cine habla del cine, cómo el cine puede expresarse a sí mismo. La película comienza como un programa televisivo: se trata del exitoso show de TV del famoso comediante Jerry Langford (Jerry Lewis). (La elección del actor no es casual. Jerry Lewis es -para muchos cinéfilos- precisamente uno de los reyes de la comedia. Indiscutiblemente a tono con la película, que explota el patetismo y grotesco de la condición humana).

Al finalizar el programa de TV, asistimos al detrás de escena del show. Un juego de cajas chinas. Una realidad (la TV) dentro de otra (la vida real). Este juego de realidades inmersas dentro de otras realidades se repetirá varias veces. La ficción dentro de la realidad, la realidad dentro de la ficción.

En rigor, la inquietud por el metalenguaje es anterior. El propio título de la película no refiere a una comedia. Es decir, el título no hace referencia al género en el que podría enmarcarse la misma película, que está más cerca de ser un drama que de ser una comedia. Incluso podría ser una película de terror, a juzgar por la estética utilizada por Martin Scorsese en la secuencia de títulos.

Rupert Pupkin (Robert DeNiro) es uno de los tantos admiradores que aguardan en la puerta del canal la salida de la estrella televisiva Jerry Langford para pedirle un autógrafo. Cuando eso finalmente sucede, una fan sobreexcitada parece haber perdido el control, volviéndose una amenaza. Pumkin interviene, como podría haber intervenido un guardaespaldas, protegiendo a la estrella. Luego, Pumpik aprovecha la cercanía de su ídolo para comunicarle que, además de ser su admirador, también es un comediante que espera una ocasión para darse a conocer. Jerry Langford le explica que no existen atajos, que hay que “hacerse de abajo”. Le recomienda actuar en clubes nocturnos.  El consejo es amable y sincero, pero no es lo que Pupkin, el egomaníaco convencido de su propia genialidad, espera oír. La película recién ha comenzado pero ya se ha planteado toda la tragedia del personaje: su ridícula obsesión por ser famoso sin escalas.

La primera mitad de la película será una reincidencia sobre la misma idea, con diversas variantes: Pumkin insistirá con su “reclamo” y Jerry Langford, de manera directa e indirecta, insistirá con su respuesta. No hay atajos. Nadie se gana la fama a la fuerza, sino que es el resultado de un proceso. La verdad de Jerry Langford es tan cierta como una regla. Sin embargo, toda regla tiene su excepción. La fama también puede ser conquistada a la fuerza, tal como lo supo Eróstrato luego de destruir el templo de Artemisa. El debate que plantea esta fama ilegítima adquiere resonancias socioculturales ciertamente complejas y de fatal actualidad, toda vez que se piense en lo acertado o desacertado del poder y quienes lo ejercen.

Rupert Pupkin está tan obsesionado con la fama que es incapaz de experimentar la realidad tal como es. Se refugia en fantasías escapistas en la que es tan célebre que llega a eclipsar al mismo Jerry Langford. En una de sus fantasías le dedica un autógrafo “a Dolores, que percibió la grandeza” (1). Frase que cifra el patetismo del personaje y su dolorosa búsqueda personal por el reconocimiento. Mientras ensaya sus monólogos cómicos para una audiencia imaginaria (o dibujada sobre cartón, inhumana, fantasma), se escucha la voz de su madre, que suele regañarlo para que no haga ruido. En un interesante juego de duplicaciones, la voz de la madre del personaje es la voz de la propia madre de Martin Scorsese.

El vuelco argumental de la segunda mitad de la película nos lleva hasta un Rupert Pumkin ya directamente decidido a utilizar la fuerza para ganarse la fama. Con la ayuda de Masha (Sandra Bernhard), una groupie mentalmente inestable, secuestran con gran torpeza a Jerry Langford (escena que nos recuerda al cine de los hermanos Coen) y lo obligan a que intermedie con los productores del programa de TV para que Pupkin pueda salir al aire. Así sucede. Mientras Masha se queda a solas con Jerry Langford, ocurren las situaciones más abiertamente cómicas, aunque siempre en clave de humor negro. La manera en la que está maniatado y el cuidado especial con el que Masha trata a su víctima, nos hacen pensar en una situación sadomasoquista consentida. Se comportan como dos amantes jugando.

Rupert Pupkin cumple su cometido y sale en la TV. Confiesa su delito pero nadie le cree porque, al presentarse como humorista, se deduce que todo lo que dirá a continuación es falso. Pero esta vez no lo es (otra vez sobrevuela un discurso atractivo desde el metalenguaje y es válida la paradoja del mentiroso de Bertrand Russell. Es decir: un mentiroso que confiesa que está mintiendo, está diciendo la verdad y está mintiendo a la vez). Luego del show, Pupkin es consecuentemente apresado por la policía, pero el trabajo ya está hecho. Se ha vuelto una celebridad.

La paradoja final es que, en lugar de recibir el oprobio o la condena social, cuando trasciende la noticia sobre el secuestro de Jerry Langford, Rupert Pupkin se vuelve efectivamente célebre. Mientras cumple su condena en la cárcel, escribe unas memorias que se convierten en un best-seller. Cuando finalmente es puesto en libertad (antes de lo pactado), consigue la fama que siempre quiso. La fama, pero también la redención que es, en el fondo, lo que el personaje busca a través de la fama. En una de las escenas en las que asistimos a sus fantasías escapistas, Pupkin conversa en la TV con el ex director de la escuela en la que él se graduó, que le pide perdón porque todos estaban equivocados al menospreciar su talento.

Martin Scorsese, como es habitual en su filmografía, consigue que nos pongamos del lado del villano, que tal vez no sea tan villano, después de todo. Consigue poner en jaque al espectador que, hacia el final, ya no sabe qué es lo correcto o por quién debe sentir empatía. En la escala de valores del perfecto antihéroe, Rupert Pupkin dice: “Más vale ser rey por una noche, que tonto por toda una vida”. Tiene su lógica.

(1) La injustamente infravalorada banda indie: El robot bajo el agua utiliza esa misma frase como título de su último disco de estudio hasta la fecha. No es casual. La búsqueda por “los reconocimientos” (como sabe William Gaddis), parece ser la muralla más difícil de franquear para cualquier artista.

El rey de la comedia (The King of Comedy, EUA, 1982), de Martin Scorsese, c/Robert De Niro, Jerry Lewis, Sandra Bernhard, Diahnne Abbott, 109′.

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