Con la cordialidad de un dulce policía, quienes nos protegen de las películas recomiendan que a Okja no la vean los menores de 16 años. Solo podrían verla si sus padres en sus hogares se lo permiten o a escondidas en el celular, pero imposible sentados en un cine. O quizás sí, quizás acompañado de un mayor responsable sí. Vaya uno a saber bien las reglas, pero de llevar a tus hijos al cine, lo que es seguro, es que alguien, ya sea el que te vende la entrada, que a veces es el mismo del pochoclo, o tal vez otros espectadores, “parientes” de Mirtha Legrand o la familia Duhalde, te van a romper las pelotas o los ovarios. ¿Por qué? Porque al igual que este párrafo que acaba, Okja ametralla ideología.

Conocida en su primera semana como “esa que se estrenó simultáneamente en el último festival de Cannes y en Netflix, y no pasará por los cines”, viene irritando a muchos. Parece que irrita, “que mata al cine”, “que Netflix es el demonio”, muchas acusaciones en parte ciertas pero te tienen que sobrar pelotas para hacerlo, para cruzar la línea: poder quedar como el primer [insulto a gusto] que cagó afuera del tarro. El director coreano Joon Bong-ho no solo se atreve a eso, sino que crea el chancho más grande del mundo y logra que hasta a un hincha de River Plate se le estremezca el corazón. Entre el bicho recontra real y esa vida rural de paisajes paradisíacos, se fuma tranquila la primera media hora repleta de lugares comunes (seguramente a propósito) propios de las historias de Walt Disney. El director logra algo similar a lo que hizo en su trabajo anterior, sí estrenado en cines argentinos: The Host (2006). Allí, cuando el espectador de estas latitudes ve al lagarto gigante acechando en la ciudad, imagina acción a lo Godzilla; pero termina enredado en una mezcla de drama y comedia. Esta vez, arrancando con un concurso ridículo a lo Willy Wonka, nos sirve todas las pistas para pensar que el chanchote Okja, a lo sumo, nos va a romper el corazón, pero avanzada la película el cuento rosa se destiñe: descubrimos que quizás su cola enrulada termine en nuestras panzas, sin anestesia.

Sí, no se puede negar, Okja es una película vegetariana, vegana o como deba llamarse; y esa clase de ideas en el país donde se escribe este texto son muy criticadas por una sociedad en grandísima mayoría carnívora. La bandera de Argentina no tiene una tira de asado en el diome porque toda la vida nos gobernaron los de afuera. A Okja se la va a atacar por su mensaje, pero solo con rebusque y negándose a la perfecta velocidad de la acción, se la puede atacar por su guion. Porque a favor o no, Okja va por otro lado.

Los yanquis tienen grandes pibitos actores, los orientales también. Si esta película fuese argentina, encarnada por el sobrinito de una Awada o la hijita aburrida de un Tinelli, sería una bosta universal y ahí sí: a clavarse un vacío con salsa criolla o unas mollejitas a la provenzal sin cargo de consciencia. Seo-Hyun Ahn, la protagonista de carne y hueso, la rompe, su mirada te dice que, por naturaleza o no, somos asesinos. Sus primeros planos en la gran escena en la que suena de fondo una canción que suele cantar la hinchada de San Lorenzo, pero en inglés, cambian el género de Okja, cortan la película en dos: una primera parte de aventuras y una segunda de drama, metiéndole al espectador, la puntita a lo Diego Latorre.

Hasta este párrafo, hasta muy avanzada la película, los menores de 16 que a escondidas la miren en su celular, se preguntarán por qué carajo mamá y papá, o mamá y mamá, o papá y papá, se la prohibieron. Okja deja chiquito aquel arranque de Morrissey en el club GEBA, aquel de las pantallas con el video de los animales siendo boleta, destripados, decapitados, masacrados; Okja te trae al atroz matadero al estilo de La lista de Schindler, y ahora llueven nuevas críticas por la comparación. En esa escena, quienes sostienen que sin carne no se puede vivir y que no comiéndola terminás flaquito debilucho y enfermo, preferirán ponerse la camiseta de los Cines para incendiar Netflix antes que comerse una milanesa cuando llegue el fondo negro.

Para quienes opten por verla fumado, Okja también va. Seguro algún lector también esté pateando la pantalla al leer la oración anterior, pero guste o no, hay espectadores que lo practican, que el ver películas loco lo consideran un género. Para esos fumanchús, que actúe el chino de The Walking Dead te saca un poco de la trama. Steven Yeun, para todos será siempre Gleen, el que le salvó la vida a Rick. Otro detalle importante desde esta loca óptica: el chancho Okja, de perfil y en la última parte cuando ya está vaqueta, se parece a Fujur (o Falkor), el dragón blanco con cara de perro que monta Atreyu en La historia sin fin, que a su vez se parece a Martín Caparrós.

¿Qué hay que esconderle de Okja a los menores de 16? Dos horas validas de un chancho animado que visibilizan y se oponen a la ingesta de animales, y a cualquier otra forma de maltrato animal, incluido el del asesinado. Como todo cuento oriental, presume de traspaso de sapiencia. Con un guion de giros no muy bruscos pero sí sorpresivos, entretiene, se luce técnicamente y te manda a un tercer tiempo de debate.

Okja (Corea del Sur, 2017), de Bong Joon Ho, c/Ahn Seo Hyun, Tilda Swinton, Jake Gyllenhaal, Paul Dano, 118’.

 

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