Poster_amarillo_LNTA.1En el texto El cine y sus amores, Marcos Rodríguez argumenta que el verdadero cine ama aquello que lo excede. No estoy seguro de que esa idea se aplique a La niña de tacones amarillos, de María Luján Loloco, pero me hizo pensar en eso esta película que se abría a una visión enriquecida del mundo y, en su última escena, elige cerrar la discusión o, bien visto, tomar una posición. Lo que me llevó a la frase de Rodríguez es la pregunta por la intención de la directora. Si ella siempre quiso decir lo que sostiene en la última escena, mi visión personal fue un viaje que hice yo solo, empujado por mis propias ideas sobre el mundo. Todos sabemos que la pregunta por la intención del creador está censurada por el canon crítico. Sin esta pregunta lo que queda es una película que tomó vida propia, que excedió a su propio mundo.

En un pueblo de perros flacos de Jujuy se empieza a construir un gran hotel. Isabel (Mercedes Burgos) tiene unos 14 años y es la linda del pueblo. Pasa los días con su amiga, que no es la linda del pueblo, hablando de chicos y de hacerse mujer. La construcción trae a unos obreros desde alguna gran ciudad. Isabel empieza a salir con uno de ellos (Manuel Vigneau) que le promete llevarla con él cuando se vaya.

La-Niña-de-Tacones-Amarillos_mirada-ellaCon valentía, la película elige no mostrar a la chica simplemente como una víctima inocente cazada por un lobo, es decir como alguien sin deseos. La trata como a una persona plena, respetando su humanidad. El obrero se termina yendo del pueblo sin decir nada, pero nunca se explicita que le haya mentido, que se hubiera aprovechado conscientemente de la inocencia de ella. Lo que en una película es rarísimo, en la vida real debe ser mucho más usual: que un tipo de veintipico se enamore, se enganche, sienta cariño o proyecte con una piba de 14. Esto no quiere decir que esté “bien”, que sea deseable, que no haya peligros; quiere decir que estamos demasiado habituados a leer la realidad en términos morales, quiere decir que queremos ver maldad donde hay peligro o donde hay consecuencias indeseables. De todos modos los objetivos de él nunca los sabremos, si se fue porque la abandonó o porque se tuvo que ir, no nos será revelado.

Lo que sí sabemos es que Isabel, la víctima, siente el poder de su propia sensualidad y se fascina con ese poder. No es inerte, está viva. Esa fascinación actúa como una droga. Quiere más de eso, se siente llena, plena, superior. Esto la lleva a ponerse más en riesgo al tiempo que disfruta ese vértigo. Se encuentra con un mundo a su disposición donde solo veía limitaciones. La podemos ver dominada por el obrero, y dominadora de su enamorado del pueblo. Dominadora también de su amiga no linda que se transforma en una carga, en alguien que apacigua los efectos de la droga al no poder acompañarla, por lo tanto en alguien que debe ser dejada de lado, como limitante de su satisfacción. Mercedes Burgos, la actriz, está perfecta en el papel. Es absolutamente sensual, seductora y consciente de su sexualidad al tiempo que tiene un aspecto y una actitud infantil. Afortunadamente nos enteramos después de que la actriz tenía más de 20 años cuando la película fue filmada.

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En la escena inicial la vemos corriendo por el pueblo, el sonido nos hace pensar que puede estar escapándose, en peligro, su cara es ambigua. Finalmente vemos que está yendo a una fiesta en la plaza donde baila con los otros chicos, ahí es el centro de la escena, la que rige las miradas. La forma nos la muestra en peligro, después nos damos cuenta de que está yendo a jugar.

En el final, cuando el obrero ya se fue, ella sale a la calle a usar el poder de su sexualidad para conseguir algo de los nuevos turistas que están llegando al pueblo para alojarse en el hotel terminado. Un hombre de unos cincuenta años la lleva hasta el hotel, ella se deja, quiere volver a sentir la potencia y la plenitud, además de que puede usarla para obtener ganancias. No es la escena de una violación, el turista no la está forzando, es la escena de un abuso donde el abusador podría ser esa persona o cualquier otra, lo que lleva al abuso es la desigualdad de poder entre los dos y no es algo que dependa de la buena voluntad, la buena educación ni del espíritu republicano.

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A medio camino ella se arrepiente, se asusta. Se va corriendo. El resto de su historia queda abierta, pero puede ser imaginada. No hace falta trata ni esclavitud explícita para que haya opresión, los fluidos del poder con sus múltiples formas ni siquiera necesitan eso.

Algunas personas quisieron interpretar que el novio obrero era solo un hijo de puta, que la nena era una víctima del avance de una civilización que solo trae el mal. Es haber visto la mitad de la película, aunque el plano final con todo el pueblo uniformado caminando como un ejército de zombis a su trabajo en el hotel refuerza esa idea. Durante el desarrollo se dice mucho más. La llegada del hotel le permite a la madre de Isabel comprarse una heladera nueva, lo que le facilita la vida. Es una fuente de trabajo para todos, sus vidas se hacen más fáciles. Decir con liviano romanticismo que antes estaban mejor no sirve para nada. Queda abierta la discusión sobre si esa facilidad empobrece, pero esa no es una discusión moral.

La niña de tacones amarillos (Argentina,2015), de Luján Loioco, c/Mercedes Burgos, Emiliana Di Pasquo, María Fernanda Domínguez, Lucas Gauna, 74′.

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