Las películas inconclusas, las imágenes filmadas y no utilizadas, son una expresión de lo que no fue. Las primeras permanecen en el limbo personal de sus creadores. Las segundas, algunas veces, recobran existencia si una edición de la película en un formato físico las recupera. Unas y otras son registros incompletos despegados de un sentido. No existen en la forma de película, son apenas enlaces descartados o islotes de imágenes desperdigados en un océano interminable.

Recuperarlas puede implicar una tarea de documentación o inventario. Saber de dónde vienen, cuál fue la idea original, en qué contexto de producción y realización fueron concebidas. Ello implicaría tratar de entenderlas a pesar de su evidente autonomía. Darle un sentido a algo que no lo tiene, porque le fue despojada la totalidad en la que se encontraba –o se iba a encontrar en algún momento- inscripta. Una posibilidad de exploración hubiera buscado la voz de sus hacedores, de sus protagonistas: una recuperación de la memoria histórica que solo remarcaría la ausencia, la imposibilidad de concreción del proyecto. La pregunta es si ese tipo de recuperación sirve, más que como rememoración del fracaso.

Leandro Listorti elige en La película infinita un camino definitivamente apartado del mencionado. Para empezar, no revela al espectador su juego. No menciona el origen de las imágenes hasta los títulos finales ni establece su condición de trabajos inconclusos. Solo deja en claro en la selección, la existencia de esos pasajes, como hechos fílmicos: no hay intención de disimular el espacio ficticio en que se inscriben sino de reafirmar desde la permanencia en imagen de claquetas, inicios y finales de rollos, repetición de tomas, de qué se trata la construcción de una película.

La noción de inventario se desplaza. Lo que queda es la puesta en sucesión de imágenes que en su textura delatan sus orígenes disímiles. No se trata solamente del paso del blanco y negro al color, sino de las elecciones que originalmente cada cineasta hizo, y de lo que el paso del tiempo hizo sobre algunas de ellas. Pero en esa oscilación es el trabajo sobre el sonido el que sostiene un plano de igualdad impensado. No importa siquiera saber si a esos planos les falta la banda sonora original, o si fue quitada: la casi total ausencia de diálogos no intenta emparentarlo con el cine mudo, sino restablecer una unidad que las imágenes no siempre pueden brindar (por contrapartida, la voz de Rosario Blefari encarnada en Emma Zunz, genera un efecto disruptor, de un enrarecimiento inesperado).

En esa puesta en relación, lo que se busca es la construcción de una narrativa (en algún punto entre comillas, teniendo en cuenta que se mueve entre lo documental y lo experimental) que a partir de la carencia del sentido original de las imágenes pueda establecer uno nuevo. Y el contacto con lo experimental pone como eje la noción de relato fílmico, entendido como un encadenamiento de imágenes. La película sostiene en sí misma que puede constituirse como tal, a partir de fragmentos dispersos, de características incluso contradictorias entre sí, porque existe una mirada articuladora que las organiza. Una verdad de Perogrullo, como se dice habitualmente, pero que el cine suele ocultar, y que La película infinita revela en cada momento como esencial. Ni siquiera puede reducirse esa idea al montaje, sino que se profundiza en la necesidad de que exista una mirada que organice en función de un objetivo que, como corresponde, no es explícito.

Es esa misma mirada organizadora la que, paradójicamente, revela la idea de una “película infinita”. Esos fragmentos, despojados de su sentido original, pueden organizarse de acuerdo a diferentes parámetros o ideas, según quién e incluso en qué momento decida armar ese rompecabezas de formas que parecen condenadas a no encastrar del todo. Una película como esta, que parte de los restos de películas sin terminar, se revela a pesar de su cierre temporal, volviendo al punto de partida, constituyéndose como una película inacabada, fluctuante y sin posibilidad de cierre de sentido. El infinito al que alude el film es justamente el de lo inacabado que se revela como imposibilidad de cierre, esa proyección en la que los fragmentos, pueden volver a ordenarse una y otra vez, para generar nuevos sentidos.

La película infinita (Argentina, 2018). Dirección: Leandro Listorti. Edición: Felipe Guerrero. Voces: Rosario Bléfari y Edgardo Kozarinsky. Duración: 54 minut

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