Cabin-Fever-Movie-PosterEs totalmente creíble que la mina que anda con tu amigo, al encontrarse con vos, a solas, y de pronto recibir la súbita noticia de que le espera la muerte, se muera de ganas de chupártela. Pero lo que no me creo es la forma en que esa actriz, tan mala como bonita, lo dice. Y todo bien con el gore, pero eso de mezclar la risa con un festival de sangre no siempre funciona.

La historia de La cabaña del miedo está explicada en el título. De existir hoy el Yo sé de Domingos para la juventud (los jóvenes recurran a internet: ¿Lindo eso de adaptarse a otra época, no?) bien podría tener una pregunta así —con voz de viejo verde—: “Rápido y sin soplar, películas que contengan la siguientes secuencias: adolescentes yanquis deciden pasar el fin de semana en una cabaña solitaria de un bosque. Ni bien llegados, varias parejas garchan. Uno de los varones, soltero, es el que trae las drogas, las armas, o simplemente es un freakie. En la primera o segunda noche, se presenta una amenaza. Desde allí en adelante, las muertes se suceden hasta que sólo queda un protagonista. Y… por último… ¡Ta, tan, ta, taaaan! Batalla final que, gane quien gane, deberá dejar alguna señal o cabo suelto, algo que permita una futura secuela.” Y ahí el concursante, un pibe en edad de pajas onda terremotos, te nombra un centenar de títulos. Una infinidad de tetonas muertas y mariscales de campo masacrados.

Vayamos al grano, o sea al sexo. La sangre en las películas de terror no es lo que todos más aman de ellas. Es el sexo lo que a nadie le haría gracia que falte. Si una película gore no tiene sangre, no hay problema si se vuelve erótica o soft porno. Pero si a una película gore le faltan tetas y culos, será «una de terror poco intelectual», y eso ya no es tan divertido. Un perro con manchas de sangre no asusta, un virus que es algo totalmente impalpable, invisible, no asusta. Esto es así.

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La cabaña del terror es entretenida, porque hay gente en pelotas y mucha sangre. Te mantiene despierto, mientras el cerebro se pega una siesta de hora y media. No es una película para pensar, y quizás nadie necesite la aclaración, pero el aviso es necesario para justificar la ausencia de reflexión sobre el argumento o la lógica de los personajes. Es seguro que cualquier espectador, de estar expuesto a las amenazas que están expuestos estos tipos, se comportaría de manera totalmente opuesta.

Pero vayamos realmente al sexo. Los protagonistas de La cabaña del horror son cinco yanquis jóvenes, como siempre. A ningún guionista se le ocurre que los cincuentones también garchan y tienen tripas. Estos gomas son dos parejas heterosexuales (u hombre-mujer, como usa ahora Stephen King), y un freakie solitario. Por supuesto que sendas chicas tiene sus escenas calientes. Pero una de estas, la que exhibe más partes desnudas, queda horrible, aunque nos caliente verla y decirlo. Esta escena es tan burda como una publicidad de canal porno de cable. Actuada para la platea autocomplaciente. Un kamasutra diseñado más para el ángulo de cámara que para la comodidad y disfrute de los cogedores en cuestión. Y la música, a tono. El musicalizador de esta película la hizo toda con un Casio de los ’80. Vintage, eso sí.

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¿Las remakes se hacen únicamente de películas de culto? Sea como sea, esta liviana película de curvas y kétchup fue filmada originalmente en 2002. Tuvo una secuela en 2009, y ahora a este Travis Zariwny se le ocurre filmar una nueva versión de aquella original. Parece que nadie se enteró de que en Martes 13, la primera, teníamos un grupo de calentones en una cabaña y terminan todos boleteados. Parece que Jason está fuera de moda y que el gore está más cerca de Sé lo que hicieron el verano pasado que de impresionar y sorprender. Por más novedosas maneras de salpicar sangre o variaciones mínimas argumentales que encuentren, películas así no están mostrando nada nuevo dentro del género.

Tema “faso”. El ropo es factor importante en estas películas. Los pibes de La cabaña del diablo tienen su escena verde y, para muchos espectadores, será “para verla fumado”. Sin embargo, para esta relación no hay explicación alguna. Como tampoco la hay, si es que notaste que a lo largo de esta crítica el título de la película fue cambiando.

La cabaña del miedo (Cabin Fever, 2016), de Travis Zariwny, c/Gage Golightly, Matthew Daddario, Samuel Davis, Nadine Crocker, 99′.

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