1. El pollito en el cascarón. Cae un huevo junto a un palo y un sombrerito rotoso. Del huevo salen unos brazos, una cabeza y, por último, unas patas. Así nace Pi-Pio, un pollito linyera que nunca termina de salir del cascarón. El corto se llama Soy Feliz y es la primera aproximación de Manuel García Ferré a la imagen en movimiento, allá por 1952. Narrativamente, el corto es algo confuso, pero el tono se establece rápido: lúdico, naive, nostálgico y algo tristón.[1]

Pronto, Pi-Pio se convertiría en una tira para la revista Billiken. El linyera (devenido en sheriff) vivía aventuras alocadas con un humor absurdo que fluía en una suerte de no-trama en un far-west muy argentino. Los malos eran como chicos que se portaban mal, y Pi-Pio los hacía repimporotear en el calabozo. No es casualidad que Hijitus y Oaky nacieran en esta tira. Uno, un bebé caprichoso y amante de las armas, más cercano a la delincuencia que su contraparte televisiva. El otro, un huerfanito que buscaba a su “Papitus”, pero también, un maestro del modelado en cera. Es decir, un creador, un artista.

2. Veni, vidi, vici. Ya con su propia productora de animación especializada en publicidad, a García Ferré se le ocurren dos cosas para hacer en televisión: una, un tío y un sobrino, que apunten al target adulto e infantil respectivamente, y que presenten los productos en medio del desarrollo de pequeñas vivencias; la otra, llevar la idea de tira cómica a la tanda televisiva. La primera idea dio origen a Anteojito y Antifaz; la segunda a su obra maestra, Las aventuras de Hijitus.

Este Hijitus no es tanto un spin-off de la tira del pollito, sino que es una suerte de reboot, un aggiornamiento a una audiencia más específica, la infantil, en un caso similar al de Patoruzú con Patoruzito, o lo que haría Walt Disney con Pinocho y Mickey Mouse. El caos de las historietas ahora se convertía en historias más pensadas, narrativamente más equilibradas, e Hijitus, siendo el protagonista, absorbía aspectos de Pi-Pio, en tanto era un linyera también, y un justiciero. Pasaría ahora del sheriff al superhéroe y el sombrero de linyera sería el mecanismo por el cual, nuestro protagonista, dejaba salir su costado “súper”. El niño más dulce del mundo se podía volver alguien que repartía piñas y revoleaba personas por el aire. Y sus pies se achicaban, vaya uno a saber por qué.

El villano recurrente, por otro lado, lo encarna un científico nervioso y ambicioso. Su nombre, Neurus, deja en claro todo lo que hay que saber sobre el personaje. Su villanía, sin embargo, es curiosa, su fin último parece ser más bien la Gloria, ser respetado a toda costa. Y a toda costa es poco, si consideramos el episodio en el que Neurus intenta suicidarse (¡tirándose del obelisco!) con el único fin de que erijan una estatua en su nombre.

Tenemos entonces una pelea entre la sencillez y humildad de quien es especial –un linyera, un excluido con suma sensibilidad – enfrentándose a la ambición desmedida de quien se cree tal cosa. Hijitus vs. Neurus.

Pero antes de adentrarnos en este conflicto y en otros elementos que se van a ir poniendo en juego, nos queda un personaje por mencionar, quizá el más importante. Resulta que Hijitus y Oaky, el niño pobre y el niño rico, tienen un amigo en común, un botellero cuyo nombre es Larguirucho.

3. ¿Qué carajo es Larguirucho? Sabemos que es de Boca, que –como mencionamos- es botellero, que le gusta tocar el bombo, la guitarra y tomar mate. Que puede romper la cuarta pared, que puede ser de “los buenos” un día y de “los malos” al siguiente. Que Pelusa Suero lo interpreta magistralmente en cada encarnación que tuvo el personaje y que para García Ferré era un ratón muy alto. También lo son Pucho y Serrucho, y los tres trabajan para Neurus, que también parece funcionar como una figura paterna bastante abusiva. Pero, por sobre todas las cosas, lo que hace especial a Larguirucho es que opera como una síntesis de todo el imaginario de García Ferré, condensando todo lo que estaba en Pi-Pio y no podía ser parte de Hijitus. Él es un poco la audiencia, el delirio infantil que García Ferré sabía canalizar, la esencia del juego. Y aunque sus hermanos están consumidos por la pena y la melancolía (Pucho) o por el envidia y el rencor (Spoiler: Serrucho es el Gran Hampa[2]), él no, porque sabe que hay una audiencia mirando, porque entiende el mundo alrededor y se mantiene alegre, siempre ayudando al héroe.

Pero también es ambivalente, porque todo el universo de García Ferré lo es. Muchos resaltan este aspecto de Larguirucho, que es “bueno” y “malo” a la vez, pero no se detienen en que todos los personajes- salvo Hijitus, que igualmente tiene una doble identidad- deambulan como juguetes entre los diferentes “bandos”: el Comisario abusa de su autoridad, pero es fiel a Hijitus; Gold Silver es un millonario honesto y amable, incluso al punto de jamás desemplear a su villanesco mayordomo, pero está ciego ante la situación de calle del propio amigo de su hijo. Es que en el mundo en el que García Ferré es un demiurgo, la moral es más una estética que una ética. Es decir, los valores con los que opera se acercan más a los formales que a los morales. Y esto se puede observar en el hecho de que, si bien hay una premisa fundamental en Hijitus -la ya mencionada batalla entre la humildad y la arrogancia- los capítulos no son alegorías a descifrar sobre lo que los chicos deben o no hacer para ser seres humanos “rectos” y “funcionales a la sociedad”, ya que las consecuencias de cualquier tipo de transgresión tienen repercusiones cómicas, simples, los castigos no se sienten jamás como tales, sino más bien como la apropiación de recursos de género. En los capítulos, los “malos” caen presos porque eso es lo que sucede siempre, los policías y los ladrones son eso como lo son los chicos jugando al poliladron, y las consecuencias son exactamente las mismas.

4. Yo quisiera ser como vos. Las aventuras de Hijitus fue un éxito descomunal al estrenarse en Canal 13, tanto que en 1968 se comenzó a emitir un programa recopilatorio, lo daban los domingos a la mañana, con juegos, conductores, audiencia en vivo y muñecos de los personajes. Se lo conoció como El club de Hijitus, inspirado -claramente – en el Mickey Mouse Club que transmitía la cadena ABC ya desde 1955.[3] En paralelo, se publicaba la Revista Anteojito, que editaba la editorial de Julio Korn -dueño de Antena y Radiolandia-, la cual hacía competencia directa a Billiken, pero con una impronta más enfocada en la enseñanza escolar.

Naturalmente, el siguiente paso lógico, siguiendo esta lógica, era el desarrollo de largometrajes.

Durante la producción de Hijitus, un grupo de animadores se dedicó a lo largo de cuatro años a desarrollar Mil intentos y un invento (1972, dir: Manuel García Ferré) primer largometraje de animación argentino que se conserva – habiéndose perdido la obra del pionero Quirino Cristiani- producido también por Korn[4], y la trama era muy similar a una parte de Pinocho (1940, Dir: Ben Sharpsteen, Hamilton Luske y otros), la de Stromboli, el titiritero. Anteojito se volvía un famoso cantante (otra vez el héroe artista) y olvidaba a su tío Antifaz, a causa de una ambición desmedida. Al final, se da cuenta y rechaza la fama para volver con su tío.

La película tomó cuatro años para realizarse, pero el público no la acompañó. Aún así, logró ganar el premio «Pelayo de Oro» en el Festival de Cine de Gijón de 1972. También contó con la presencia de un pseudo-Larguirucho en versión gato en la historia. En las siguientes, siguiendo la influencia de Disney, será el propio Larguirucho que estará ahí, siempre presente, con mayor o menor peso. ¿Sería una forma de compensar dicha influencia?

El problema es, por un lado, que García Ferré va a buscar reproducir ciertas formas que Disney aplica en su narrativa de manera funcional a las necesidades propias del relato. Las va a incorporar como guiños directos, como disparadores e incluso como estructuras.

Por otro lado, hay un choque en la visión estético-ética de ambos creadores: las películas de Disney son moralizantes, buscan plantear una verdad. Toda  Fantasía (1940, varios directores), por citar un ejemplo, trata del Bien como Orden y el Mal como Caos. En cambio, para García Ferré, donde la moral es un juego cambiante de roles que fluyen, esto resulta inaplicable. Hay, sí, un Bien, pero ya veremos, que ese Bien es una cosa muy distinta. Pero, por citar un caso, esta influencia va a generar tonos discordantes. Por nombrar un caso, y sin querer adelantarme demasiado, en el nacimiento de la protagonista de Manuelita (1999, dir. Manuel García Ferré), vemos como García Ferré se autorreferencia con el nacimiento de Pi-Pio en Soy feliz (la imagen del huevo con extremidades) pero pronto comienza a imitar la escena del nacimiento de Bambi (1940, dir. David Hand). Los animalitos adoran a Bambi por ser el Príncipe del Bosque; en Manuelita, la adoran de la misma manera, por pura referencialidad. Y en el viaje de los personajes también vemos la diferencia de concebir al mundo de ambos: mientras Manuelita va a triunfar en París para luego volver a la sencillez, Bambi será el Rey del Bosque al final. García Ferré parece entender al éxito como una traición a sí mismo, al artista. Y sin embargo, cada película suya tuvo un muñeco grande bailando en lo de Susana y se la vendió como un evento industrial.

5. Trapito: Sentido y sensibilidad. Cuando comienza Petete y Trapito (1975, dir: Manuel García Ferré), justo después de presentar la Historia de la agricultura e incluye a los espantapájaros, una nena le pregunta a Petete, el pingüinito que sabe mucho, si los espantapájaros son buenos o malos. La pregunta descoloca a Petete, y otro nene se apresura a dar su opinión: “Yo creo que no pueden ser ni buenos ni malos, porque no tienen corazón, ni sentimientos”. Petete lo interrumpe, sacado, y para refutarlo le cuenta la historia de Trapito. Pero esa duda inicial es elocuente. La reacción de Petete es ante un apuro, y lo que lo irrita es que cuestionen el corazón, la ilusión, pero el discernimiento entre el bien y el mal es algo que siquiera tienen en cuenta en un principio. Pero cuando se trata de volar, de sentirse movido a la creación, Petete piensa en la historia de un espantapájaros sensible. La película tiene una premisa sólida, un universo coherente y bucólico de pájaros que vuelan como ilusiones y remedos de hombres clavados en el piso Pero algo se siente contenido, y de pronto, entra Larguirucho y la coherencia se desborda, ahora se trata de una chancha y su hijito, piratas, una sirena que llora lágrimas de cristal, todo es impredecible y caótico. Trapito es llevado a una suerte de aventura amorfa, que nada tiene que ver su propia historia y nada parecen decir o sumar a esa alegoría del comienzo. Es como si hubiera dos películas diferentes cosidas entre sí. Y al final, una vez resuelto el caos, Trapito es abandonado por su ilusión. En realidad, la trama lo había abandonado hacía rato. El Patriarca de los pájaros le declama el supuesto tema de la película una vez más, y su ilusión, el pajarito Salapín, vuelve con muchos pichoncitos, metaforizando, suponemos, que la ilusión se multiplica después de abandonarte o algo por el estilo. Pero es como si hubiera retomado aquella premisa por apuro. Esa narrativa se siente forzada para gustar, para generar una audiencia similar a la de Disney. Trazar los paralelismos con Pinocho (1940, varios directores) no resulta difícil, pero cabe preguntarse si lo que más disfrutó García Ferré no fue la parte de los piratas y las sirenas, aunque nada tuvieran que ver con el Patriarca de los pájaros y sus enseñanzas. También, siguiendo el modelo Disney, hay una escena “fuerte”, o mejor dicho, una imagen: la de Trapito abandonado, inmóvil, con los brazos abiertos y la cabeza hacia abajo ¿Querías imagen recordable? Iconográficamente, es Cristo en la cruz. Emocionalmente, funciona, pero narrativamente parece cuando menos descolgado.

La película igualmente, fue un tremendo éxito, y es quizá la más y mejor recordada del realizador. En el sitio FilmAffinity rankea como la vigésima mejor película argentina de la historia, lo cual habla de lo hondo que ha calado la película en su generación y las que la continuaron, y también dice mucho acerca del impresionante poder que ejerce la nostalgia a la hora de valorar un producto audiovisual.

6. La película valiente. Como antítesis y complemento de Trapito, Ico, el caballito valiente habla de la tentación que puede provocar el otro lado de la ilusión. La guionista es la mujer de García Ferré, que también había colaborado en Las aventuras de Hijitus, por lo menos, de manera oficial. Resulta que Ico es feliz en su pradera, pero al ver pasar al caballo del Rey, queda embelesado por la gallarda figura, y él quiere ser eso. La madre, asustada porque no lo puede encontrar, finalmente logra dar con él, e Ico le explica su nuevo objetivo en la vida. Ella le cuenta que la vida encerrado en el Castillo no es lo que él cree, pero a Ico no le importa y Larguirucho, peón de la caballeriza, lo hace entrar. Ahí puede ver que los caballos no la pasan bien, que además de ser maltratados, desaparecen misteriosamente. Resulta que nadie quiere hablar de ello, pero Ico es valiente, y descubre que los caballos están siendo explotados por el Duque Negro. Las imágenes son elocuentes: la triste madre abandonada de Ico que lleva un pañuelo sobre su cabeza, los caballos desaparecidos, el silencio como respuesta, Larguirucho detenido injustamente y la propia noción de que dentro del sistema hay opresión y explotación, pero que fuera de él se es libre, como un caballo salvaje, resultan parte de esa metáfora. Sobre todo si consideramos el contexto y la época en la que se realizó: la película tomó cinco años de producción y estuvo lista en 1983, pero no se pudo estrenar hasta el 9 de julio de 1987. Había sido prohibida por la dictadura. Aún así, y pese a contar con una distribuidora independiente, fue un gran éxito, logrando 1.280.000 espectadores, también fue galardonada con el primer premio en el Festival de Moscú.

Al final de la historia, con el ambicioso villano vencido, Larguirucho es el nuevo Duque Negro, y con el aval del Rey, le otorga al potrillito el título oficial de “aspirante a caballo del Rey”, pero Ico renuncia a ese honor, renuncia a ese sueño que tanto le costó hacer realidad para volver con su madre a la pradera. “Ni trates de entenderme Larguirucho, porque ni yo mismo te lo podría explicar” le responde Ico, condensando en sus palabras todo lo que García Ferré quiso decir con su obra, “lo que me lleva es solo un sentimiento, y los sentimientos no tienen, ni necesitan explicación”.

7. Sonríe Manuelia, por favor. Se lo cantan los ratones, se lo dice el diseñador de modas Cocó-liché. Y es que Manuelita anda melancólica, triste. ¿Cómo puede ser? Manuelita es un tremendo éxito, dentro y fuera de la ficción. Triunfa, es querida, sale en todos los medios, y sin embargo, algo le falta. Intra-diegéticamente, su hogar. Extra-diegéticamente, la cosa es un poco más compleja.

Estamos a fines de los 90 y, retomando el estilo Disney de apropiarse de íconos de cultura popular, García Ferré lleva al cine a la famosa tortuga de María Elena Walsh. En la canción original,  Manuelita va a París por propia voluntad, y esto es lo que García Ferré, junto a Carlos Mentasti y Telefé, deciden quitarle, su voluntad de viajar. La cambian por un sueño de volar que la termina arrastrando -cual Dorothy del El mago de Oz– a una tierra extraña y desconocida. En ambas versiones la planchan del derecho y del revés, pero las temáticas de la canción (los avatares del tiempo, el miedo al rechazo, lo efímero de la belleza) son reemplazadas con decisiones acertadas (el mundo de la moda en París, los estafadores alrededor de estas industrias) y otras menos (¡¿otra vez piratas?!). El llamado “Renacimiento Disney” parece, una vez más, haber sido una fuente de inspiración. El diseño de los personajes, la canción con ritmo caribeño[5] que recuerda a “Under The Sea” de La sirenita (1989, dir: Ron Clements, John Musker), el estilo del poster, el merchandising, enfoque marketinero, por citar algunas huellas en las que se puede percibir. La animación luce más industrial y la decisión de tomar un clásico infantil hasta luce impuesta, por lo que bajo esa óptica se puede pensar que los cambios sean, nuevamente, rebeldía del García Ferré autor por sobre la imposición industrial. Nótese la ausencia absoluta del imaginario de María Elena Walsh en los eventos que se suceden en la película como, por ejemplo, en la escena el casamiento, que está llena de personajes de García Ferré, pero ningún Mono Liso, ninguna Reina Batata. Su apropiación es una marca de territorio para Don Manuel, casarse con Bartolito- el tortugo que la esperaba en Pehuajó- es renunciar a su propia familia, y entrar en otra. Así como Larguirucho pudo llevarse a Bartolito a París con él, pero -se nota cierta malicia en el abandono- prefirió dejarlo atrás. No hay lugar para los débiles ahora. Manuelita tuvo un presupuesto de 5 millones de dólares y recaudó 6, 6 millones. Fue la película más vista del país hasta que llegó El secreto de sus ojos (¿De ahí habrá sacado la idea Campanella de hacer la funesta Metegol?), superando en la taquilla a tanques como Tarzán de Disney y Star Wars: Episodio I. Como si eso fuera poco, se la envió a competir en los Oscar, pasando por encima a Mundo Grúa”, Silvia Prieto o Garage Olimpo. El traje de malaquita resultó efectivo, pero pese a lo edulcorado, se nota la falta de corazón. Sin embargo, García Ferré guardaba un haz bajo la manga, o mejor dicho, una producción paralela que justamente llevaba ese título, Corazón.

8. Una parte de mi dice stop. Corazón: las alegrías de Pantriste, más que un largometraje, es – en ciertos aspectos- una deconstrucción de su obra más lograda. Avalado por el éxito, se despoja de todo aquello que lo encorseta, y decide indagar en los temas fundamentales de su propio trabajo. La influencia de Disney queda relegada al marketing, pero no mucho más.García Ferré hace una película sencilla y muy auto-consciente de Las aventuras de Hijitus. Pantriste es un desglose, una cristalización de todos los elementos de la serie. Pantriste luce como un personaje de Pi-Pio, sus rasgos, su diseño, y es un músico. Un artista, tal como el primer Hijitus, que era escultor. Y es sensible. La idea de que el artista es un ser sensible y especial, que debe ser protegido y-paradójicamente- nos va a proteger ya se encontraba en el primer Hijitus, y se vuelve a presentar en Pantriste. A su vez, ambos tienen una relación “compleja” con su padre: uno es ausente, el otro es un leñador duro que no logra comprender a su hijo, aunque lo quiere. A nivel argumental, la cosa es simple: En la casa de Pantriste falta dinero, y Pantriste quiere ayudar, pero así como es talentoso con el violín, es un fracaso con el hacha, símbolo del trabajo. En Pantriste, no solo vuelve a estar Larguirucho, sino que reaparecen Neurus, Pucho, Serrucho y Cachavacha. Neurus es un Rey despótico, que explota a sus súbditos, tal como el Duque de Ico, el caballito valiente. Pantistre, con su violín, ayudaba a los leñadores a pasarla un poco mejor, pero Cachavacha volando en su alfombra le avisa a Neurus que los leñadores son vagos, que no trabajan por culpa de ese violín. (y que Larguirucho está aprovechando para hablar de política sindical en esas tertulias). La bruja se roba el violín, Larguirucho arenga y se arma una revuelta que termina en sublevación. Pero los guardias del castillo pelean mejor y van ganando. Entre tanto, Pantriste nota que hay un tanque de agua y junto a él, un hacha. Todo depende de él ahora, finalmente, logra juntar la sensibilidad con el trabajo y el agua es liberada del tanque, llevándose -por designio divino- solo a los impíos guardias. Neurus, cobarde y atemorizado, huye con sus secuaces como De la Rúa, solo que en lugar de volar en helicóptero lo hacen en escoba voladora, imagen premonitoria -¿espíritu de la época?- del 2001, ya que Pantriste es del año 2000.

En definitiva, el pueblo decide erigir a Pantriste, por su sensibilidad y esfuerzo, por su altruismo y humanidad, como el nuevo Rey. El ciclo de Hijitus, el único personaje ausente -porque es en realidad Pantriste, y también es Pi-Pio, porque es el héroe- está completo. Don Manuel pudo sintetizar, al fin, su conflicto entre el artista/autor y el trabajo/industria, apelando a los buenos sentimientos. Corazón: las alegrías de Pantistre tuvo 1.030.126 espectadores, fue la tercera película argentina más vista del año y recaudó 5 150 630 de dólares. García Ferré no volvería a dirigir otra película.

Pero sí escribiría una más.

9. Hijitus immortalis. ¿Por qué Hijitus? ¿Qué lo hace funcionar por encima de los largometrajes, qué lo vuelve más efectivo? Más allá de las influencias, los tonos, los personajes, es posible que se deba al propio medio del que formó parte, la televisión, en tanto esta posee una emisión reiterativa, episódica pero sin progresión. Un dinamismo estático. Esto, considero, refuerza la idea de una lucha sin fin. Es la lucha entre la humildad y la ambición, entre la emoción y la fría racionalidad, entre el altruismo y egoísmo. No es el Bien de la moraleja, el de las reglas, es un Bien de la sensibilidad, el de la belleza, el del juego. Las películas terminan, se resuelven, las series son eternas.

Es un tiro, lio y coshagolda que se da todos los días y en pequeñas dosis, y que nunca tendrá fin. Y quizá por eso mismo no pudo concretarse lo que García Ferré planteaba como su sueño en los últimos años, la idea de llevarlo al cine.

De hecho, su última película sería Soledad y Larguirucho, pero aquí solo sería guionista y productor. En ella vuelven ciertas influencias de Disney -es la trama de Blancanieves (1937) con recursos de Mary Poppins (1964, dir: Robert Stevenson) y las Comedias de Alice (1923, dir: Walt Disney)- pero más controladas, incluso podrían considerarse domadas y parodiadas. Y pese a tener varias fallas, su tono absurdo remite al de Pi-Pio. También, como en Pantriste, vemos que Hijitus sobrevuela la película constantemente, como muñequito o en la televisión, o citado y hasta mencionado, pero nunca está. La trama, a grandes rasgos parece un episodio genérico de Hijitus en el que Soledad es la típica estrella popular del momento que aparece de invitada, como lo hicieran Donald o Pipo Mancera en su momento.

Pero esta película tiene a Larguirucho en el título, y eso se debe a que no es una deconstrucción de la serie del linyerita, sino un paso a adelante, una coda, una despedida. Esto se empieza a notar en el detalle que la película parece darle a Larguirucho una suerte de “redención”. Éste finalmente toma una decisión y se aleja del profesor Neurus y su influencia de una vez por todas. Una lucha que empezó junto a Pantriste – quizá con Trapito- y acá tiene su punto final. Y así como Hurley quedó a cargo de la Isla en Lost, Larguirucho ahora es quien ceba el mate, y nos lo pasa a nosotros.

García Ferré murió y jamás podrá hacer la película de Hijitus. Jamás sabremos si es que la repetición televisiva es lo que lo hace grande o si el cine lo hubiera elevado a otro plano. Imagino, igualmente, un Caetano haciendo una versión carne y hueso algún día, y podría ser brillante. Pero el verdadero, el de la televisión, la obra maestra de su creador, está como él –inalcanzable- en el Cielo.

Abajo, en la tierra, todos somos Larguirucho.

FILMOGRAFÍA DE MANUEL GARCÍA FERRÉ:

Mil intentos y un invento (1972)

Dirección y guión: Manuel García Ferré.

Producción:  Julio Korn.

Petete y Trapito (1974)

Dirección y guión: Manuel Garcia Ferré.

Producción: Julio Korn.

Ico, el caballito valiente (1987)

Dirección: Manuel Garcia Ferré.

Guión: Inés Geldstein.

Producción: García Ferré Enterteinment.

Manuelita (1999)

Director Manuel Garcia Ferré.

Producción: Carlos Mentasti, Telefé,  García Ferré Enterteinment.

Corazón: las aventuras de Pantriste (2000)

Guión y Dirección: Manuel Garcia Ferré.

Producción: Carlos Mentasti,Telefé, García Ferré Enterteinment

Soledad y Larguirucho (2012)

Dirección: Néstor Montalbano, Manuel Garcia Ferré y Carlos Pérez Agüero.

Guión: Manuel García Ferré.

Producción: Sebastián Pereyra, San Luis Cine, García Ferré Enterteinment.

[1] Igualmente, hay que agregar que se trata de un nacimiento falso, o mejor dicho, un segundo nacimiento, porque Pi-Pio ya existía: había sido un juguete que García Ferré se había hecho a sí mismo cuando era chico en su España natal en el contexto de la Guerra Civil. Lo lúdico, lo nostálgico y lo triste van a flotar en toda su obra.

[2] Serrucho, como el Gran Hampa, es EL traidor, y es el Mal que se esconde a simple vista. Cabe preguntarse si esa manera de crimen organizado y desde las sombras, con el Gran Hampa como jefe supremo, incluso, de Neurus, no es una observación sobre la propia industria. Los intereses que están detrás, los que alimentan al ego, a la racionalidad, y a las emociones más negativas en pos de una competencia, donde todos se “serruchan” el piso.

[3] García Ferré incluso contempló la posibilidad de hacer un parque de diversiones con sus personajes como eje temático.

[4] Julio Korn había sido productor de cine con películas como La Quintrala, La calesita, ambas de Hugo del Carril y La patota, de Daniel Tinayre, entre otras.

[5] Como dato curioso, la canción ya había salido -parcialmente- en un episodio del revivial de Las aventuras de Hijitus que García Ferré hizo, para Canal 13, a mediados de la década del 90. En ese capítulo, Oaky está triste porque su papucho, Gold Silver, no da más del estrés y se va sin avisar a una isla caribeña llamada “Viva la Pepa». Ahí cantan al ritmo de “qué bien se vive en el Caribe”, que luego popularizaron los ratoncitos Vini, Vidi y Vinci.

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