El hombre y la mujer, pese a ser seres humanos, constituyen dos especies diferentes en lo que hace a su modo de gozar. De allí la enseñanza del psicoanalista francés Jacques Lacan que nos afirma que “no hay relación sexual”, no hay complementariedad posible entre los goces, y por ende el amor es aquello que aparece como suplencia, como invención posible a la relación sexual que no hay por estructura. Películas que nos hablen de las dificultades de y en la relación amorosa, se han visto muchas y con todas las variantes posibles. El director francés Phillipe Garrel  que venía de realizar La Jalousie (2013), continua abordando esta temática en su última película Amantes por un día y lo hace siguiendo su particular estilo. Es evidente la influencia de la tradición de la “nouvelle vague” francesa, especialmente del cine de François Truffaut, que nos enseña sabiamente que el amor siempre es un encuentro contingente, que como tal podría ocurrir y dejar de ocurrir, pero del cual nos esforzamos por hacer algo necesario y permanente en nuestras vidas. Es esa aspiración a lo absoluto y esa dificultad para soltar es lo que pone en jaque tanto a los personajes de Truffaut como de Garrel.

Un joven mujer (Ariane) desciende las escaleras de la universidad, a la par que un profesor de filosofía (Gilles) las sube para ambos acceder a un baño y tener allí un encuentro sexual apasionado, teñido por la excitación que causa el amor prohibido y clandestino. Es que Gilles (Éric Caravaca) y Ariane (Louise Chevillotte) son profesor y alumna, viven juntos a pesar del poco tiempo que tiene su vínculo sentimental, pero puertas afuera mantienen su relación en secreto.  La relación entre Gilles y Ariane estará marcada en su destino por la distancia generacional. Él es un hombre maduro, separado, con una hija de edad similar a Ariane, (esto evoca una cierta dimensión de lo prohibido edípico), mientras que ella es una joven en sus primeras experiencias amorosas, todavía bajo el influjo de sus impulsos sexuales.

Gilles, advertido de esta diferencia de edad y ante el temor de perderla, le propone mantenerse unidos incluso ante una posible infidelidad. Y, efectivamente, la dimensión del triángulo amoroso se hará presente. Lo interesante es que Gilles, en su posición masculina en la cual Ariane representa un objeto que puede tenerse o perderse,  podrá soportar -y hasta aún desear- a Ariane mientras la infidelidad de Ariane quede en el terreno de la fantasía. No podrá hacerlo si esa fantasía se convierte en realidad. Comprobar que efectivamente no es suya, que no puede poseerla totalmente, será su límite y el límite de la relación entre ambos.

Si enfocamos las cosas desde el lado de Ariana, Gilles encarna para ella un sustituto del padre, es el hombre con quien se juega cierta dimensión del amor y, por otra parte, estarán los jóvenes de su edad, a los que conoce en el círculo de la universidad, con los cuales será la “amante por un día”. Lo que es claro es que tanto con Gilles como con los estudiantes buscará escapar a ese lugar de objeto de su posesión narcisista, y encarnará ese sujeto que siempre se escabulle, que siempre les falta. Ariane es la mujer deseable, y así la identifica la puesta en escena que siempre la muestra femenina, intensa, inalcanzable. Ella se sustrae a la posibilidad de hacer un amor que, en la suma de uno y uno, haga dos.

Garrel añade a este triángulo otro más, para complejizar las cosas. Se trata del triángulo formado por Gilles, Ariane y Jeanne, la hija de Gilles. Jeanne (Esther Garrel, la hija del director), se ha separado de su novio Mateo (Paul Toucang) y busca refugio en el departamento de su padre. Jeanne estará desconsolada por la separación. La puesta la identifica vistiendo de oscuro, evocando su tristeza. Cuando conversa con Ariane, se queja de la indiferencia de Mateo, lo que le demanda es un signo de su amor, una reacción que dé cuenta de qué valor tiene ella para él.  Sus demandas, sus llamados de atención no son más que intentos de ser el objeto que le falta a Mateo y de conmoverlo en su narcisismo para obtener un signo de su amor. Jeanne dirá en una conversación con Ariane que para ella el amor es como tener un abrigo que te protege del frío: un signo de protección, de la comodidad de estar con otro ante la soledad de los avatares de la vida. Juntos o separados, el vínculo entre Jeanne y Mateo implica esa necesidad de paliar la soledad e impone incertidumbre a toda supuesta felicidad.

La relación entre Jeanne y Ariane deviene en cierta complicidad, basada en la similitud de edad, y en el secreto que cada una esconda a Gilles. Lo interesante es que Garrel trabaja ese vínculo de manera ambigua: bajo esa incipiente amistad se esconda una tensión agresiva, signada por los celos y la rivalidad respecto del amor de Gilles. Ariane representa para Jeanne la amenaza de perder, en tanto hija, el lugar de objeto privilegiado del padre. La presencia de Ariane en el departamento es situada para el espectador con el primer plano, subjetiva también de Jeanne, con el cual la cámara destaca un nécessaire con artículos típicos femeninos. Que se destaque en el plano ese objeto abre la lectura de esta dimensión agresiva en el vínculo. Y también el hecho de que sea la propia Jeanne quien le presente a Ariane a su amigo Stéphane (Félix Kysyl), casi como una carnada. De hecho el quiebre del vínculo con Gilles afecta de manera transitiva el pacto secreto entre las dos mujeres.

La película, además de permitirnos pensar la posición subjetiva de cada uno de los protagonistas en los vínculos amorosos, no elude la dimensión social y política, a la que escenifica con pequeñas escenas como la del homeless a un costado de la calle por la que camina Gilles, la que cuestiona a la burguesía cuando les cae agua de las plantas de un balcón a Gilles y Jeanne o la de la discusión en el bar entre los estudiantes universitarios y el viejo dueño del bar  sobre la Guerra de Argelia, desnudando la hipocresía de la sociedad francesa.

En rigor, la ficción que nos presenta Garrel, poniendo en el centro el trío del melodrama para dar cuenta de los desencuentros amorosos, no es nada nuevo. Hemos visto esta historia reiteradas veces. Pero lo que la hace valiosa es la manera cómo está contada. Garrel en Amantes por un día se aleja de sus trabajos de corte experimental de los comienzos de su carrera y filma de manera clásica, en blanco y negro granulado, en escenarios naturales, introduce una voz en off en tercera persona que puntúa los acontecimientos y  también esa dimensión donde los personajes dialogan y reflexionan a partir de las complejidades del amor, y lo hace con tanta belleza, que logra envolvernos en la atmósfera de la más pura tradición del cine francés.

Acá y acá pueden leerse textos de José Luis Visconti y de Gisela Manusovich sobre la misma película.

Amantes por un día (L’amant d’un jour, Francia, 2017). Dirección: Philippe Garrel. Guion: Jean Claude Carrière, Caroline Deruas-Garrel, Arlette Lagmann, Philippe Garrel. Fotografía: Renato Berta. Edición: François Gédigier. Elenco: Éric Caravaca, Louise Chevillote, Esther Garrel, Paul Toucang, Féliz Kysyl. Duración: 76 minutos.

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