“Las series son un retroceso”, dijo Lucrecia Martel hace un tiempito, y yo comparto sus argumentos. Pero la maldita Peaky Blinders me pone en crisis. Me pone en crisis porque no puedo evitar mirarla. No puedo evitar que me encante. Y me pone en crisis porque no quiero que me pase eso, pero me pasa.

Repasamos un poco: Lucrecia dice que las series son un retroceso, porque entiende que existe una oleada política y social conservadora a la que hemos entrado en los últimos años. Una oleada globalizada, encapsulada en un celular, retwitteada en una red social. Un letargo en la lucha por los avances culturales y la conquista de derechos humanos. Y que, en paralelo, el formato seriado en plataformas mainstream haya pegado tanto y con tanta fuerza, significa que la serie es una propuesta que le sienta muy bien a esta marejada de la derecha globalizada.Pensando al arte como expresión del sentimiento humano y como espejo de la sociedad, reflejando sus aciertos y errores, Lucrecia comprende que el cine como arte, como entretenimiento incluso, debe ofrecerle algo al espectadxr. Una pregunta, un cuestionamiento, un repensar de las situaciones.

Bueno, las series justamente eso no lo hacen. Las series entran dentro de una bola gigante e imparable que es el consumo de ficción. Un consumo que no tiene moral más que la moral ya socialmente aceptada, y que no plantea críticas más que las críticas ya discutidas. No le ofrecen al espectadxr una pregunta nueva, caminan sobre huellas viejas ya conocidas y digeribles. Y no es porque les guionistas o directores no tengan sentimientos encontrados o críticas. La cosa viene más de la mano del formato. Un formato que necesita ser acompañado por una producción estable y sostenible. Necesita de una trama sólida y funcional. Y donde comúnmente se buscan argumentos fuertes, se suele caer en lugares comunes, de historias ya contadas, con personajes construidos en base a arquetipos ya masticados.

La serie necesita, además, la lealtad, la continuidad en su espectadxr, y por eso tiene que darle siempre algo que le guste, y lamentablemente, eso suele ser algo que ya conoce, que ya vio. Y como la serie necesita que el espectadxr vea el siguiente capítulo, debe sí o sí engancharlo, atraparlo y gustarle. La cuestión es, y siempre será, el cómo.

Son contados con los dedos de las manos los casos en los que una serie trae un planteo novedoso. Y no me malinterpreten, no estoy hablando de series revolucionarias que critiquen al capitalismo. Estoy hablando de ficciones que irrumpan con una forma, una búsqueda que nos haga repensar. Repensarnos a nosotres, repensar cómo vivimos o repensar cómo narramos, cómo contamos. Y la maldita Peaky Blinders me pone en crisis porque sinceramente creo que no logran en absoluto nada de eso, pero… ¡qué buena que está la serie!

No logra un relato nuevo, no logra incomodarnos en nuestros sillones, y ni cerca está de replantearnos nuestra realidad. Porque la verdad es que no lo buscan. Peaky Blinders es una serie que tiene una curiosa particularidad: retoma formas argumentales de un cine (o una narración audiovisual) mucho más clásico del que hoy estamos acostumbrados. Plantea un relato de aventuras en el que nuestro héroe, Tommy Shelby (Cillian Murphy), se enfrenta al villano de turno. Un villano que lo pone contra las cuerdas, pero al que finalmente Tommy derrota como sólo él sabe hacerlo, con un plan tremendamente ingenioso del que nadie sabía nada, ni siquiera nosotres. Este esquema argumental se repite temporada tras temporada, como siempre lo han hecho los policiales al mejor estilo Columbo, o La ley y el orden. Series llamadas «procedimentales», por tener una forma, un procedimiento, que se repite capítulo a capítulo. Pues en Peaky Blinders no será capítulo a capítulo, pero sí en temporadas. Es que hoy las temporadas son devoradas en una semana.

La serie logra, en este punto, conjugar quizás dos estilos narrativos de la ficción. El procedimental policial o de aventuras, en el que siempre sabemos qué es lo que sucederá (Tommy Shelby derrota al villano de turno); y el drama íntimo, por medio del cual entramos en la profundidad de estos personajes, que poco tienen que envidiarle a personajes del tamaño de Tony Soprano o Don Draper (Los Soprano y Mad Men). Pero, en esta serie, al contrario de las otras dos, la prioridad siempre es el conflicto principal. Podemos adentrarnos en los temores de Tommy, o en la inestabilidad de Arthur, pero siempre la prioridad es el conflicto principal. Es él quien lleva adelante los capítulos, y todas las acciones de nuestros personajes.

Sin embargo, como dijimos antes, en cada temporada el conflicto se renueva: en las primeras dos, los villanos fueron mafias locales a las que Tommy derrotó; en la tercera los enemigos fueron los rusos; y en la cuarta, Luca Changretta (Adrien Brody). En esta quinta, ¡Tommy se enfrenta al fascismo! ¿Logrará derrotarlo?La profundidad que Tommy Shelby fue adquiriendo temporada tras temporada hoy verdaderamente la están haciendo valer. Los guionistas lo han ido volcando hacia la política, logrando un personaje cada vez más complejo, más rebuscado y mucho pero muy interesante. Se permiten reflexiones filosóficas y charlas con figuras como Churchill, en medio de la guerra de mafias que siempre está latente y girando (conflicto principal).

Peaky Blinders, entonces, es una serie que sin buscar replantear nada, ha sabido aprovechar los trazos que otras ficciones han dejado marcados. Trabaja sobre un esquema argumental clásico y repetitivo, y sus personajes surgen del arquetipo del héroe o anti-héroe y del villano malvado. ¡Pero qué buena que está! La quinta temporada, en particular, ha logrado un nivel de puesta en escena propio de grandes narradores audiovisuales. Han trabajado en base al plano secuencia, buscando muchas veces un plano por escena, en donde la cámara alcanza un nivel de perfección y delicadeza, al mismo tiempo que violencia y brutalidad. Han sabido aprovechar las virtudes de una trama clásica y rítmicamente veloz, potenciada por un gran trabajo actoral y un manejo de la escena para el aplauso. Por esto y muchas cosas más es que los malditos de Peaky Blinders me ponen en crisis.

Es esta, entonces, una de las series a las que Lucrecia Martel señala como perpetradoras del retroceso en el lenguaje audiovisual. No propone nada nuevo, no ofrece nada innovador. Y no es que deba hacerlo, y tampoco es que Lucrecia se lo esté reclamando. Pero, como bien ha explicado ella, y por eso mismo lo repito, el tema no es pegarle a las series, sino preguntarnos lo siguiente: ¿en estos años en donde el conservadurismo a vuelto como una ola que nos golpeó en la cara, por qué las series cuajaron tan bien?

Peaky Blinders (Gran Bretaña, 2013). Creador: Steven Knight. Elenco: Cillian Murphy, Paul Andreson, Helen McCrory, Sophie Rundle, Ned Dannehy, Finn Cole. Disponible en: Netflix.

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