tumblr_n6yqzjW0wS1rrphlpo1_500Pucho y whisky

Por Romina Quevedo.

El origen de la terrible tristeza ante la muerte de Lauren Bacall no encuentra explicación en la cercanía hacia la persona, ni siquiera en el humanismo de la pérdida de una vida, en la compasión o en la caridad del “No preguntes por quién doblan las campanas…”, de J. Donne. Hay algo que tiene que ver más con lo sensorial, con la conciencia y su percepción. Con Bacall murió el último bastión del Hollywood clásico hecho carne. Ya no hay un cuerpo -después de la muerte de Elizabeth Taylor, solamente nos quedaba Bacall- como símbolo de una época del arte que nos tocó vivir como algo fuera de tiempo, abstracto. Con la partida de Bacall perdimos lo corpóreo como prueba de que ese cine clásico fue real, estuvo vivo. La re-presentación se hace pura porque la carnalidad de la diégesis se apagó. La Era Dorada detuvo su latido, y ahora todo es mito; para nosotros, aún cosmogónico, creacional, pero para las generaciones futuras, quizá únicamente escatológico, carente de sentido, cuyo devenir no es más que el caos previo a la extinción. Ahí está el motivo de la gran tristeza: no murió una persona que se dedicaba a actuar, murió una parte del aparato de representación, y la posteridad se preguntará si alguna vez eso existió en la realidad. El gesto es lo que trasciende. Sin gesto no hay trascendencia y sin rostro que haga la mueca, no es posible la existencia de lo significativo, el sentido, la conciencia. Porque el mundo empieza con su representación y no antes. Ahora la mirada que justificaba el recuadro se quedó sólo con un marco vacío. El cuerpo hacía posible la transposición de lo figurado al plano de lo real, del acá y ahora. Ese puente es el que murió con el traslado de Bacall. Sin una piel que de vida a su color, el maquillaje no es más que máscara, falsedad pura. ¿Cómo mantener vivo y fecundo el mito del Clásico? Nos quedará recordar lo que ese cuerpo significó entre las sombras, las calles mojadas y los disparos del noir. No resignarnos a eso sino refugiarnos en el fílmico hecho vinagre, invirtiendo los roles primeros: ahora la imagen como signo de que el cuerpo existió, y la imagen como única verdad, que ahora descansa en la Creencia, la fe por sobre todo. Evangelizando que esos fantasmas con voz de cigarrillo no debían su ánima a la magia bruja de la reproducción mecánica, sino que respiraban brumas dentro de nuestro plano. De ahí nuestro derecho canónico a lamentar la pérdida del objeto de nuestra adoración pecaminosa y fetichista de las imágenes.

Ni panegírico ni laureles, para eso hacen falta poetas. A pucho y whisky, así se la debería llorar.

Lauren Bacall + To Have and Have Not 5Tener y no tener

Por Marcos Vieytes.

decir pavadas, hablar porque sí,

contarle cosas a una mujer para

hacerla sonreír un rato y que nada,

nunca, la distraiga de estar aquí,

ahora, dejándose llevar hacia

ningún lugar en especial. Que no

se aparte de estas palabras que son,

o intentan ser, de la misma sustancia

que las miradas: signos para ojos

entregados al tiempo, dedicados

a escandir el amor, la luz errante,

la fe. Escribir para que nada solo

quedé en pie, para que el humo lacio

de la voz fume la vida durante

Annex - O'Hara, Maureen_NRFPT_03Sobrevivientes

Andrés del Pino: Atenti, amigos, se murió Lauren y queda Olivia pero, además, todavía está en este infierno la colorada Maureen O’Hara (n. 1920), que ni mamada quiere volver a encontrarse con el Duke y por eso todavía resiste. Lizabeth Scott (n. 1922) también está viva. Esta seguro que sigue fumando, vieja viciosa.

Marcos Vieytes: Habría que hacer una lista de sobrevivientes. ¿Sigue viva la mujer que The Quiet Man arrastra de los pelos por la pradera irlandesa?

Paula Vazquez Prieto: También están vivas Kim Novak -que apareció cuasi momificada en la entrega de los Oscar- y Eva Marie Saint, todo para Alfred que lo mira por TV.

Eduardo Rojas: Y ahora parece que está viva Melanie Griffith, que tomó más whisky que Lauren Bacall y la Cata Hepburn juntas. ¿Maureen O´Hara no era la mamá de Mia Farrow? ¿Lo sigue siendo? ¿O era Margaret Sullivan? ¿Margaret Sullivan está viva? ¿Y Tippi Hedren, que la parió a Melanie? ¿Angelina Jolie es hija de John Voigt o de Frank Sinatra, que le hizo a Mia el hijo único que no pudo adoptar con Woody? ¿Quién adoptó más hijos, Angelina o Mia? ¿Quién se practicó más ablaciones, Mia o Angelina? Circulen, circulen o serán adoptados por Angelina o Mia. ¿Cuántas nenas argentinas se llaman Mia por la hija de Margaret O´Hara o Sullivan? ¿Ninguna adoptará huérfanos gazatíes? ¿Cuántas seccionarán sus mamas siguiendo a Angelina? ¡Mama Mía!

AdP: Maureen O’Sullivan también partió, luego de hacer memorable dúo con el también partido Lloyd Nolan cantando Bewitched al piano en Hannah y sus hermanas. Tippi recién anda por los ochenta y uno, creo, lo que pasa es que Melanie envejeció demasiado. Y lo de Angelina es también demasiado, no sabremos jamás si en realidad murió, en caso de que lo haga. Así se ha vuelto el mundo, por lo cual sigo brindando por Maureen O’Hara en un cabeza a cabeza con Kirk Douglas a ver quién afloja primero, cuando muchos de nosotros ya hayamos partido.

ER: Dale, hagamos un bingo. Yo también voy por por Maureen.

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Comprometida y furiosa

Por Andrés del Pino.

A fines de 1947 se iniciaron en Washington, dirigidas por el senador republicano J. Parnell Thomas, las investigaciones del Comité de Actividades Antinorteamericanas cuyo blanco era Hollywood. Durante nueve días este comité de la Cámara de Representantes del Congreso de los EE.UU. realizó audiencias en la búsqueda y castigo de propaganda e influencia comunista en la industria cinematográfica. Días de paranoia, fantasmas, persecución y quebrantos varios en la llamada tierra de los libres y hogar de los valientes.

Al negarse a contestar algunas preguntas del comité,  un grupo de artistas pasaron automáticamente a formar una lista negra. Los entonces llamados “Diez de Hollywood”, entre los que se encontraban guionistas y directores conocidos como Dalton Trumbo, Edward Dmytryk y Ring Lardner Jr. fueron sentenciados por desacato, lo que llevó a que la industria los pusiera en la fatídica lista. Con el paso del tiempo, el sabotaje por parte de los estudios se extendió a más de trescientos artistas y afectó a directores, locutores, actores y, en especial, guionistas. Esto afectó profundamente la fuente laboral de muchos y algunas alternativas fueron trabajar bajo seudónimos (el tema fue tratado en la excelente “El Testaferro” (1976) de Martin Ritt) o bien emigrar.

“Esa gente veía comunistas hasta debajo de sus camas. Estaban convencidos que ellos eran los únicos norteamericanos verdaderos”, rememoró Lauren Bacall en su autobiografía By Myself (1978). En aguas divididas donde en Hollywood había simpatizantes del comité (Robert Taylor, Gary Cooper, Elia Kazan y un largo etcétera), también había resistencia: un grupo de actores rápidos de reflejos, concientizados, solidarios y –vamos- con sentido común y audacia decidieron pararse de manos amparados por la constitución estadounidense y formaron el Comité de la Primera Enmienda en apoyo a aquellos diez. “Sostenemos que las investigaciones del Comité son éticamente  erróneas porque  toda investigación sobre las creencias políticas de los ciudadanos es contraria a los principios básicos de nuestra democracia, y todo intento de sojuzgar la libertad de expresión y establecer normas arbitrarias de norteamericanismo es en sí mismo contrario a las palabras y al espíritu de nuestra Constitución”, argumentaba la petición enviada a Washington. Este grupo surgió de una reunión “en casa de los Gerswhin” a la que asistieron un gran puñado de estrellas hollywoodenses: Bogart, Bacall, Henry Fonda, Bette Davis, Gene Kelly, John Garfield, Edward G. Robinson, Judy Garland, Vincente Minnelli, Katharine Hepburn, Paul Henreid, Dorothy Dandridge, Jane Wyatt, Melvyn Douglas, Ira Gershwin, Billy Wilder, Sterling Hayden, June Havoc, Evelyn Keyes, Marsha Hunt, Groucho Marx, Lucille Ball, Danny Kaye, Lena Horne, Robert Ryan, Jules Buck y Frank Sinatra.  “Todo el mundo era sospechoso, sobre todo los que estaban a la izquierda del centro”, graficaba Lauren. La cuestión iba más allá del tema comunismo y desde ya que ni ella ni Bogie por caso eran precisamente rojos, era una cuestión de procedimientos:  “Si este comité tiene éxito al acusar a los ciudadanos sin darles la posibilidad de defenderse, entonces podrán estirar sus brazos y alcanzar a todos los oficios y profesiones en todos los Estados Unidos”, decía un párrafo de un artículo que, furiosa, escribió para el Washington Daily News en esos días.

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Entendiendo que la cosa no tenía que quedar nomás en un petitorio, unos cuantos volaron a Washington a intentar intervenir en las audiencias y llevar una solicitud de indemnización para los afectados por la acción persecutoria del Comité. Lauren, a esa altura con vigorosos 23 años, estaba embaladísima:  “Tenemos que ir, le dije a Bogie.  Era muy emocionante, no hay nada como lo que se siente cuando se pertenece a un grupo de gente unida por una misma causa, justa en sus propósitos e ideales, una cruzada. Es como una fiebre, te sentís fuerte, estás segura de que podés arrastrar a cualquiera, absolutamente a cualquiera con vos”, dijo. Los más participativos al llegar al aeropuerto como luego en las sesiones –donde tenían reservada una fila trasera- fueron obviamente ella, Bogie (“No es asunto mío quién es comunista y quién no, soy un ofendido e irritado ciudadano que siente que lo están despojando de sus derechos como tal, y que piensa que nadie tiene derecho de burlarse de la Constitución, ni siquiera el Comité”), Kaye y Kelly.

Como no era una película de Hollywood, el final no fue feliz, en todo caso la epopeya quedó en la marcha sobre Washington y un gesto histórico que sobrevivió a la eficacia frente a la afrenta del Comité, y así lo narraba Bacall en su imperdible autobiografía: “Volvimos de allí muy comprometidos pero con menos viento en las velas. Nunca llegamos a ver al (Presidente) Truman, que hábilmente no quiso verse mezclado con nuestro grupo. El viaje en su conjunto fue regocijante pero hubo  repercusiones, por ejemplo sugirieron a Bogie que hiciera una declaración aclarando que él no era comunista ni sentía ninguna simpatía por ellos y denunciando a los testigos enemigos. Se negó. No sé si finalmente el viaje a Washington ayudó a alguien, pero nos ayudó a los que en ese momento queríamos luchar por lo que pensábamos estaba bien y contra lo que sabíamos estaba mal. Y metimos bulla en Hollywood, una comunidad que debiera ser valiente pero es sorprendentemente tímida y fácilmente intimidada. Todo el mundo del cine estaba preocupado por el daño que podían sufrir sus cuentas bancarias”.

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