el-movimiento-posterBreve, confuso, alucinatorio, brutal y, hasta casi por decantación, arltiano, son algunas de las maneras posibles de describir El movimiento, segundo largometraje del joven Benjamín Naishtat (n. 1986), luego de su ópera prima Historia del miedo. Ambientada en esa suerte de tierra de nadie que eran nuestras pampas antes de la institucionalización efectiva de un estado nacional, la película cuenta la historia de un grupo de fanáticos abocados a fundar un movimiento religioso/político. (La barra sugiere que dichas estructuras de organización y producción de sentido –religión y  política– enraízan en un mismo sustrato imaginario, cosa que sabe cualquier antropólogo).

El cabecilla del movimiento, notablemente interpretado por Pablo Cedrón, posee los atributos clásicos de los fundadores de credos: osadía absoluta en la acción, tendencia a la verborragia moralizante, ego hipertrofiado, escasa o nula empatía hacia el sufrimiento ajeno –que lo lleva a matar cuando considera conveniente– y desconexión total de la realidad. Representa un tipo humano que aflora en condiciones extremas y, en este sentido, es una curiosidad histórica que la Argentina, a diferencia de los Estados Unidos por esa misma época, no haya dado lugar, hasta donde yo sé, al surgimiento de cultos de este tipo. El ejemplo yanqui más renombrado es el del patriarca mormón Joseph Smith.

Lo mínimo que corresponde decir de El movimiento es que se trata de una película irregular, con más desaciertos que logros, algo que quizás sea producto de sus circunstancias de realización. En una entrevista para Télam, Naishtat explica que filmó la película contrarreloj para presentarla en el Festival de Cine de Jeonjou en unos “plazos casi irrealizables”. Se nota. Si bien el retrato de la vida de frontera y del paisaje pampeano que propone el director reviste cierto interés, el montaje resulta entrecortado y está lleno de pequeñas elipsis que marean. Una interpretación con mucho viento a favor podría suponer que la puesta de cámara –con sus planos estallados de luz y oscuridad, el avance agitado de la narración, los saltos de continuidad, etc.– intenta emular la psicología desequilibrada de los personajes. Si esto fue así, el producto final no resulta para nada satisfactorio.

movTampoco el cierre de la película, con unas entrevistas estilo documental a lo que parecieran ser actores no profesionales que nos cuentan “lo que sienten” después de uno de los discursos megalomaníacos de Cedrón, se entiende demasiado. No enlaza bien con la tónica narrativa del resto de la película y parece más un agregado a último momento del director, en su afán por demostrar la amplitud de su paleta de recursos. El viejo cliché de que, a veces, menos es más, aplica perfectamente a este caso.

El storyline, la idea de fondo, de El movimiento hubiera ofrecido un material formidable para escribir un cuento, pero bajo los códigos del lenguaje cinematográfico, tal y como los concibe y pone en práctica Naishtat, queda a medio cocinar.

El movimiento (Argentina, 2015), de Benjamín Naishtat, c/ Pablo Cedrón, Céline Latil, Francisco Lumerman, Marcelo Pompei, Alberto Suarez, 70’.

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