Empujada con clamor por los espectadores de Netflix que la convierten en lo más visto de la plataforma, Milagro en la celda 7 arranca teñida de algunas sospechas. Sin embargo, debido a tanta recomendación, le concedemos algunos minutos. Es que al inicio nos presenta al protagonista, un muchacho que padece algún tipo de retraso madurativo, y que al espectador argento le recuerda de inmediato a Santiago Del Moro. No solo por el parecido físico entre Memo (Aras Bulut Iynemli) y nuestro mercenario de la tele, sino porque cuando el actor se emociona resulta todo muy fingido, igual que cuando el conductor sufría en cámara por el destino de nuestro país. Los tics de Memo van todos al compás, tienen ritmo, no son espasmos. Le falta desprolijidad, espontaneidad, sorpresa y repentismo; todo está jugado en contra de la naturalidad. Sus parlamentos, si bien casi todos refieren a temáticas infantiles o responden a miradas inocentes sobre el mundo de los grandes, son expresados con perfecta construcción sintáctica y sin fallas gramaticales, que hasta Santiago Del Moro solía mostrar. La interpretación incluso recuerda a la de Edward Norton en Cuenta final (Frank Oz, 2001), pero como si a Iynemli le hubieran dado tres horas para aprenderse el papel e interpretarlo. A la mierda entonces con las recomendaciones: es imposible que dos horas y diez de película se sostengan en un protagónico tan desmedido, burdo y tosco. Entonces, el ojo se afina y lo que pretende posicionarse como drama, empieza a resultar tragicómico.

No solo los escenarios recuerdan al mundo de Heidi, la película también la evoca de diversas maneras. Santiago Del Moro es pastor, tiene a su abuelita, y tenemos a una pequeñita levantando suspiros. Pero, también tenemos el logo de la mismísima Heidi en una mochila que nuestro personaje quiere comprar para su hija. Claro, no les bastó con Edward Norton sino que también esto parece una parodia de Mi nombre es Sam, aunque Iynemli tampoco le llega a los talones a Sean Penn. La mochila en cuestión pasa de ser un simple detalle a un objeto puesto de manera ridícula para justificar el verdadero arranque de la película. Y para que resulte más evidente esa bisagrota, la rematan con una escena que el montajista extendió más de la cuenta. Es un plano detalle de la mochila, en la espalda de una niña, que duele en cada una de esas milésimas de segundos que se prolonga, que nos hace creer que se trabó la plataforma, y que nos permite observar entre los brazos en jarra de la niña como los otros actorcitos esperan petrificados la señal de “acción”.

Los errores y las malas decisiones no dan respiro. Mehmet Ada Oztekin, el director de esta ridiculez, pareciera influenciado por la larga y vergonzante tradición de Cris Morena en la televisión. Desde la recreación de los soldados, que parecen los de las películas en las que participaban Olmedo y Porcel (pero sin gracia), hasta la cárcel y los reclusos encerrados, que de Tumberos lentamente se van pareciendo a Rinconcito de Luz, tulín, tulín.

La peor de las escenas acontece cuando a Memo, aka Del Moro, lo encierran en un calabozo y la cámara se aleja sin perder el foco en la puerta cerrada. No vemos la golpiza que le están dando, pero la sentimos. La sentimos en los gritos de Santiago y en los ruidos de los golpes, que cuando suenan en simultáneo no se modifican en lo más mínimo: parece ser que los golpe no alteran la respiración del personaje, ni el volumen del sonido, ni nada. Fiero, todo muy fiero.

Luego de algunas necesidades básicas para poner al protagonista donde el argumento lo necesita, que es en la cárcel, las acciones comienzan a demandar que la pequeña Ova (Nisa Sofiya Aksongur) lidie con el guion. Por suerte no salió al padre, como diría Forrest Gump, y la nena baila a los guardias una y otra vez como Ariel Ortega cada vez que jugaba contra San Lorenzo. Pero el director, consciente de que todo es un delirio y que evidentemente nadie piensa frenarlo, decide hacerla ingresar por segunda vez en la cárcel sin que nadie la reconozca. Lentamente, lo poco que la película mantenía de seria, se va por la alcantarilla. El director se hace a un lado y le dice a Cris Morena: dale, dirigí vos.

Para enfatizar el drama, la pequeña Ova recuerda vivencias con su padre ahora encerrado, pero como son la primera vez que las vemos se emociona ella sola, no el espectador. Por otro lado, la trama empieza a concentrarse dentro de la cárcel, y ahí es donde todo se va al carajo, mal. Memo comparte la celda con diez presos. Las escenas en ese calabozo son tortuosas. Por lo largas e innecesarias, sobre todo cuando el discípulo de Cris Morena desconoce el recurso de la elipsis y nos muestra como la nena saluda uno por uno a los diez presos. O porque parecen salidas de una telenovela, cuando las acciones se desarrollan una detrás de la otra, sin simultaneidad, como ayudando al espectador para que atienda a una por vez. En esa celda, si te querés tirar un pedo, tenés que esperar a que el otro prenda la hornalla, siempre y cuando el que está en el fondo haya acabado su parlamento; así, todos en fila, como en un salón de actos del cole.

Por supuesto que esos presos, esos rufianes, no le meten miedo a nadie; como tampoco los guardias, con quienes tienen una comunicación desopilante. En una de las escenas, el líder de los presos irrumpe en el despacho del capo de la cárcel, le hace un berrinche, y no pasa nada. Tranqui, si esto es un club.

Para decorados pedorros o cuestiones parecidas, el Óscar a lo malo se lo lleva el muchacho que simula hacer pesas con dos bloques de cemento, y al que no se le marca ni una vena y se mueve con la dificultad que le pueden conferir dos almohadas de plumas, o dos cuadradotes de telgopor pintado.

Para perderle lo que queda del respeto a la cárcel, los muros que la cercan son realmente sorprendentes. Cuando la pequeña Ova, cual Burrito Ortega, deja pagando a Ameli y a Tuzzio y queda de un lado del muro, gritándole a Santiago Del Moro que está en el otro, en el patio se utilizan planos picados y contrapicados. Ahí notamos la cordillera que los separa, momento emotivo que a los amantes de esta vergüenza puede arrancarles algunas lágrimas. Pero después, cuando la defensa de San Lorenzo llega tarde para presenciar los festejos por el gol y echa al Burrito a los empujones, desde un plano general podemos ver que la cordillera es en realidad apenas un murito. Incluso después, cuando en el patio meten una horca, el andamiaje supera en altura al muro. De la celda 7, el que no se escapa es porque afuera la pasa peor.

Finalmente, la nena entra de quiruza a la celda: sí, nos vamos al pasto. ¿Qué cómo entra? Escondida en una bandeja con rueditas, como las de un hotel, con mantel y todo para que ella se meta debajo. Pero el absurdo no termina ahí. A la bandeja con ruedas la empujan los guardias. Aunque suponemos que hay buenos y malos y, aunque la película también falla a la hora de definirlos con claridad, la prisión en cuestión termina de configurarse como un club, una joda, un salón de detención donde pueden hacerte, como mucho, un chas chas en la colita.

La dirección de actores, si es que la hay, también es pésima. No es culpa de la nena cuando su abuela le dice “dormite” y ella al segundo está roncando. No. Y sino miren al preso que hace media hora quiso matar al líder, y ahora convive con gestos cómplices, risas y palmaditas en la espalda.

Casi a la mitad de la película tenemos un momento musical. Y, como suele hacerse en la televisión, es el momento para emocionarnos. Y Cris Morena de esto sabe. En dos minutos que dura la canción, la nena por fin logra ver a su padre, lloramos, los presos se vuelven unos dulces de leche, volvemos a llorar y, como si esto fuera poco, la abuelita palma: dramón.

La escena más larga y tortuosa, por lo densa y cursi, es la que protagoniza Ova dentro de la celda con los diez Saverios (Alberto Fernández de Rosa) de Chiquititas. En ella, sin elipsis alguna, cada preso cuenta por qué está encerrado -¡son diez! ¡la puta madre!- hasta que la nena llega al último, un viejo que estuvo mirando la pared toda la película. El detalle del viejo mirando la pared es recurrente, y finalmente ahora tiene su remate. El tipo explica que en esa mancha que mira fijo ve representado cómo mató a su propia hija. Todo bien, es claro que van a utilizar este detalle después en algún manotazo desesperado del guion. Sin embargo, lo sorprendente es que, antes de contar la historia, la nena mira la mancha de mierda y dice “un árbol”. Ova consigue que Forrest Gump empiece a creer que su hija tiene poderes fantásticos. ¿Será realmente la hija? Esta piba es muy rápida y el padre a cada minuto más Santiago Del Moro, más fingido.

Para robos u “homenajes” tenemos varios. A la nena le hacen bajar un cambio, le hacen jugar un jueguito y nos emociona como en La vida es bella. Entonces la cárcel no es cárcel, papá está enfermo y ponto va a salir. Todos emocionados. Luego aparece un soldado que puede atestiguar que Memo es inocente. Al tipo lo entrevista el teniente coronel en la misma cárcel. Es el mismo teniente coronel que encerró injustamente a Memo. Lo lleva al patio, prende un pucho, le pregunta si él vio algo que podría salvar a Memo, y cuando este responde que sí, lo hace boleta. Chau posibilidades para Memo, y …¡Hola!, esto es ¡Sueños de libertad!

Milagro en la calle 8, Milagros inesperados, Milagro en la celda 7, Mi nombre es Sam, La vida es bella… Que fluya, nadie nota nada. ¿Buscando a Nemo? ¿A Memo? Bueno, quizá sea mucho, sí.

Ya deseando que esto termine, la película se guarda algunas perlitas. Estamos casi al final, hay que resolver la trama. Todo el elenco es cómplice y quiere ayudar a Santiago Del Moro y a su hija. Acá entra el viejo de la mirada en la pared. El tipo quiere ponerse en la horca y simular ser Santiago, mientras  a este lo sacan sin que lo noten los dos o tres tarambanas que no se dieron cuenta que esa cárcel es una joda. Uno de estos tarambanas, que presencia la ejecución con una carpeta en sus manos, no nota que el tipo colgando de una soga y parado arriba del banquito es gordo, barbudo y viejo; pero dale que va, si la carpeta debe contener El Gráfico y Página 12. Pero tampoco nota que es el viejo quien se patea el banquito para colgarse más rápido. ¿Así simulan? Es el primer tipo en la historia de la pena de muerte que está apurado.

Con Memo ya escapado, parece que a Cris Morena solo le preocupa un detalle. Como si se hubiese cagado encima y manchado todo el pantalón blanco pero se atormentara por un cordón desabrochado. Cuando ya todo es un insulto al cine, queda una última escena con Ova y Santiago Del Moro, arriba de una lancha, explicando cómo van a escapar sin que los descubran. Ah, y para rematar con más emotividad, los títulos se imprimen sobre las fotos de las escenas, como si hubiésemos visto una genialidad.

Calificación: 2/10

Milagro en la celda 7 (Yedinci Kogustaki Mucize, Turquía, 2019). Dirección: Mehmet Ada Öztekin. Guion: Özge Efendioglu , Kubilay Tat. Fotografía: Torben Forsberg. Montaje: Rusen Daghan. Elenco: Aras Bulut Iynemli, Nisa Sofiya Aksongur, Deniz Baysal, Celile Toyon Ulysal, Iker Aksum. Duración: 132 minutos. Disponible en Netflix.

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