Durante la secuencia de títulos de Nueva mente, una serie de fotos, videos y audios se confunden, se superponen y entrelazan para recalcar que el tema de la disposición de los residuos es una problemática histórica en la cual las soluciones siempre van por detrás de la evolución del problema. Pero lo que parece anunciar esa sucesión de noticias que remiten a paros de trabajadores, acumulación de basura sin recoger y cortes de rutas, es apenas una puesta en contexto, una referencia que sirve como punto de partida para entender que el concepto del documental pasa por otro lugar.

Y es que no se trata de un recorrido histórico por las formas en que el Estado se desentendió políticamente de la basura, sino plantarse en un pequeño grupo de momentos de su historia reciente. En primer lugar, la disposición de la Ciudad de Buenos Aires de terminar, en épocas de la última dictadura, con la incineración de los residuos, lo cual trajo como consecuencia la apertura de rellenos sanitarios en el Gran Buenos Aires. En segundo lugar, la primera crisis hiperinflacionaria de los años 90, que llevó al extremo la relación entre la pobreza y el cirujeo, hasta el punto de generar asentamientos sobre los basurales. Y finalmente, la crisis de 2001 que llevó aún a más gente a revolver entre la basura para buscar comida o materiales que pudieran ser recuperados y vendidos. De allí que lo central no sea la basura, sino la relación que la gente, especialmente los que no tienen recursos para vivir, establece con ella como forma de subsistencia. “La recuperación de residuos no nace de una política de estado sino de una necesidad”, dice uno de los entrevistados como un resumen perfecto de esa instancia.

En ese punto, Nueva mente se establece como una respuesta. Si la imagen que queda respecto de la política de residuos es la de la invisibilización –del proceso, de los responsables, de la forma que adquiere la disposición de los residuos-, por medio de la erradicación de todo aquello que molesta –y hay que recalcar que la película señala con sutileza que esa práctica instaurada por la dictadura respecto de la basura y de las villas de emergencia, se sostiene de manera más o menos solapada hasta el presente-, lo que hace Ulises de la Orden es poner la cámara allí, no solo para registrar, sino para visibilizar lo que implica la basura. En ese sentido, hay un correlato entre este documental y otro del director estrenado hace unos meses, Amanecer en mi tierra. En ambos, el foco está puesto sobre las periferias, sobre esos márgenes a los que habitualmente la noticia cotidiana no llega. Pero por sobre todo, lo que hace es explorar en esos espacios, nuevas formas de relación que surgen entre los habitantes de esos lugares para darse una subsistencia más adecuada. Si en una se trata del problema de la vivienda en las afueras de una ciudad turística cordillerana, aquí se trata de la gente que vive literalmente, en función de los rellenos sanitarios de José León Suárez, en el conurbano bonaerense. Pero en unas y otras, lo que aparece es la necesidad de establecer otro tipo de vínculos, un tejido que va más allá de la solidaridad para establecer una búsqueda y un objetivo para el beneficio comunitario.

El título del documental alude, algo elípticamente, a ello. Más que una discusión sobre políticas de estado –que lógicamente subyacen en todo el recorrido del documental-, prefiere enfocarse a una nueva perspectiva en la relación que la gente entabla con su espacio de vida. Un corrimiento que les permite salir del individualismo del origen –propio de los 90 en los que se expandió la práctica del ingreso a los basurales-, para situarse en una perspectiva colectiva más relacionada con lo que dejó la crisis de comienzos de este siglo. Lo cual implica salir de lo invasivo e ilegal –la referencia al momento en que el CEAMSE militarizó el relleno sanitario disponiendo de 400 policías para cuidar la basura es una imagen tan absurda como potente del estado de cosas a fines de la década del 90- para entrar en un espacio en el cual no hay que ir a buscar, sino que la basura viene hacia ellos para que se constituya en un trabajo. La construcción de la cooperativa como forma de subsistencia integrada en el Reciparque del CEAMSE, se vislumbra como una posibilidad de organizar no solamente el trabajo, sino la totalidad de la experiencia comunitaria. Allí el documental vislumbra y deja trascender dos niveles que se derivan de esa interacción. El primero, el de la canalización de esa fuerza productiva que se sostenía en el rebusque del cirujeo, hacia el trabajo ya no solo como elemento organizado dentro de un sistema, sino como factor cultural de unificación. Un desplazamiento que lleva a la corrección de las desviaciones que implica su ausencia, se trate de drogas o de delincuencia (y es muy preciso el planteo de uno de los entrevistados cuando señala que “el barrio funciona como la sala de espera para hacerse ciruja o delincuente”), pero que también trabaja sobre la inserción del desplazado (o quizás corresponda decir desclasado) en el sistema laboral, atendiendo no solamente al que no consigue trabajo, sino a quienes han salido de la cárcel y no tienen otra posibilidad de ser contratados (“Nosotros también reciclamos gente”, dice uno de ellos en un momento de brillante sencillez). El segundo es más complejo, en tanto va generando un entramado en el cual opone sistemáticamente dos ideas contrapuestas respecto de la basura. El recurso facilista, identificado con el entierro de la basura, desentendiéndose de las consecuencias que trae (emanación de gases y fluídos que contaminan el medio ambiente, por ejemplo) y que vuelve sobre la idea original de invisibilizar lo que no se desea (por algo se reitera la cuestión de que “cuando la gente ve cómo se entierran sus residuos, se ve a sí misma”), se enfrenta con un recurso más complejo, estabilizado sobre la idea de “minimizar” (lo que verdaderamente es desecho y con ello el impacto) que implica la separación y la reutilización de los residuos que son reciclables. Allí, en ese nudo es donde, como ocurre en Amanecer en mi tierra, el Estado como parte del problema desaparece, se desentiende, construyendo desde su propio autoapartamiento, una decisión política.

De allí que aún cuando el centro del planteo del documental se ubica en la construcción colectiva y en las formas que esta asume –en especial, la idea sostenida y desarrollada de la educación como forma casi excluyente para dotar de dignidad y futuro a semejante proyecto-, por debajo siempre ronda la basura construida como negocio. Es esa tensión la que pone en pantalla Nueva mente y la que su propio título incita a enfrentar. Desde ese lugar, el documental de Ulises de la Orden señala y pone nombres propios, instala entre quiénes se produce la lucha –“Hoy la basura no es negocio para nosotros, es negocio para Benito Roggio”-, desarmando el sentido común –la idea de que los pobres “robaban” la basura en los 90, por ejemplo- y postulando el riesgo que implicaría una nueva decisión política tomada en conjunto por las administraciones de la Ciudad y la Provincia de Buenos Aires para volver a incinerar residuos para crear energía. Es en esa postura que se define la estrategia política de Nueva mente, que elige replicar los métodos de trabajo de esos hombres y mujeres de los barrios cercanos al basural: como ellos, mete las manos en la mugre para separar aquello que vale la pena y puede seguir utilizándose, de aquello que visto de un lado o de otro no puede ser otra cosa que basura.

Calificación: 7/10

Nueva mente (Argentina, 2019). Dirección y Producción Ejecutiva: Ulises de la Orden. Guion: Mariano Starosta, Germán Cantore, Ulises de la Orden. Dirección de Fotografía: Pablo Parra. Montaje: Germán Cantore (SAE). Elenco: Francisco Suárez, Ernesto Lalo Paret, Lorena Pastoriza, Victor Chaco Gómez, Nora Margarita Rodríguez, Laura Noemí Bebe Ramírez, Orlando Oscar Kun Olivar, Vanina Machado, José Luis Picone, Andrés Napoli, Waldemar Cubilla. Duración: 78 minutos.

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