Es de noche cerrada y apenas se divisan los faros de un auto que avanza entre los árboles. A continuación, otro vehículo se incendia a la orilla del río, en las afueras de un pueblo ferroviario. Una chica de 20 años ha desaparecido y se presume que puede estar en ese auto ahora en llamas, propiedad de su madre. Pero allí no aparece su cadáver y nadie sabe dónde encontrarla. Por la mañana, y a la distancia, un joven con buzo y capucha mira desde lo alto de un paredón el auto calcinado, mientras un grupo de policías comienza a rodear el vehículo.

Este es el comienzo de Una hermana, valiosa ópera prima de Sofía Brockenshire y Verena Kuri –egresadas de la Universidad del Cine‒, que antes del estreno en nuestro país circuló por los festivales de Venecia (2016) y por el BAFICI. En el comienzo parecería que se trata de un film de suspenso, quizás un policial, pero en su transcurso se convierte en una reflexión acerca de la desaparición de una mujer joven y en la sospecha de un posible femicidio.

A lo largo del film las realizadoras no dan demasiadas pistas respecto de Lupe, la víctima ‒sabemos que tiene un hijo que queda al cuidado de su madre y su hermana, sabemos cuál era su trabajo, y poco más‒, sino que centran su atención en la figura de Alba, su hermana menor, quien ante la conmoción de la madre y con una foto en la mano como único dato se hace cargo de rastrear el paradero de Lupe. Antes que en la palabra o en el llanto ‒casi no hay diálogos con su madre‒, el dolor de Alba está puesto en el andar, en su cuerpo cansado de transitar calles y dependencias; sus escenas en reposo y en el interior de su casa son escasas.

No es una cuestión menor el lugar elegido por las directoras: un pueblo del interior profundo de la provincia de Buenos Aires. En su representación están ausentes las filas de casas bajas, la emblemática plaza o el picadito de fútbol; la elección recae en estaciones de tren semiabandonadas y en exteriores  inhóspitos.

A partir del itinerario de la búsqueda se configura la trama, que se plasma en una narración que elude la linealidad y se sostiene en una sucesión de momentos, cada uno de los cuales dispara la pesquisa en una nueva dirección, y en todos ellos las realizadoras eligen sugerir antes que afirmar. En primer lugar, se pone de manifiesto la burocracia estatal: los constantes llamados por celular que hace Alba para comunicarse con policías y fiscales, sus incansables viajes en tren para asistir a juzgados cargada de carpetas con documentos, y sus reclamos y ruegos ante ventanillas vacías desde las cuales solo se escuchan voces impersonales que reiteran preguntas en forma mecánica  son los elementos que se interponen y marcan físicamente su recorrido. Los reencuadres dentro del plano construyen un espacio tabicado entre bordes de puertas, armarios y ventanas que comprimen la figura de Alba y la muestran atrapada, en medio de ese entramado burocrático que toma su denuncia como un asunto de rutina. De este modo es la puesta en escena, antes que la palabra ‒que se revela impotente‒, la que expresa el estado emocional de Alba. Su imagen en plano entero alterna con primeros planos de su rostro, al que la potente actuación de Sofía Palomino le confiere matices que combinan desamparo, frustración, y unos ojos velados por la tristeza. La banda sonora, básicamente compuesta por ruidos de trenes, de sonidos de pasos a nivel, de celulares y portazos, acompaña de manera constante a los personajes y al relato en su totalidad; marcan acciones y pausas.

Nada del entorno ayuda a la hermana, y como ocurre con la desidia e inoperancia de las instituciones públicas otro tanto sucede con las preguntas a quienes han conocido a Lupe. Hay un imaginario de pueblo chico en la literatura y en el cine aquí plasmado en continuos detalles que dejan en evidencia los prejuicios, el miedo y las diferencias sociales. Las hermanas y su madre viven en las afueras del pueblo, en una zona solitaria de casas precarias, y pareciera que pertenecen a una clase media empobrecida. Cada pregunta acerca de la víctima obtiene respuestas esquivas, vacilantes: Alba interroga a una compañera de facultad ante la presencia de la madre de aquella, quien con la mirada ejerce un control absoluto sobre las palabras de su hija; va al boliche bailable de donde se supone partió Lupe la noche en que desapareció y no obtiene ningún dato. También se presenta en el lugar de trabajo de su hermana, una especie de hangar situado en una zona descampada rodeada de avionetas -que pareciera ser una empresa de fumigación-, para reclamar el sueldo de su hermana a su empleadora, Teresa. Esta responde con evasivas y por último que debe consultarlo con Ramón, otro de los patrones; en esta escena no se dan detalles sobre el vínculo que une a estos dos personajes.

A través de Teresa, el film suma otro punto de vista y aporta nuevas sospechas en una dirección hasta ese momento no insinuada y quizás más terrible respecto del destino de la víctima. Más adelante, este nuevo personaje circula en su coche y repentinamente cree ver a Lupe caminando por el borde de la ruta. Descubrimos que el hecho la ha afectado de manera especial ‒¿sabe más de lo que dice?‒. Ahí la hermana y los espectadores nos topamos nuevamente con el secreto. Por otra parte, y de manera inquietante, el film reitera los planos del joven que en el comienzo del film mira el coche incendiado; vemos su rostro en plano cercano y luego su figura acompañada por perros, caminando a cielo abierto entre pajonales; ‒¿busca algo, qué sabe, qué vio?

No solo la desaparición es una incógnita, Lupe también es un enigma. De espaldas, en la noche, la madre mira pasar el tren, fuera de foco, casi fantasmal, como quien busca respuestas en esa imagen; de pronto, el supuesto conocimiento de un ser cercano se convierte en un misterio a dilucidar. Asimismo, una y otra vez abundan los planos de las vías de tren, líneas cruzadas que parecieran multiplicar interrogantes.

Las escenas nocturnas se repiten a lo largo de la película: los primeros planos muestran la noche cerrada; la madre mira pasar el tren durante la noche; Alba rescata a su sobrino perdido en la oscuridad; asistimos a una muerte en medio de un paraje nocturno, similar al del comienzo del film. Brockenshire y Kuri acuden a un elemento expresivo, la oscuridad, como un instrumento para oscilar entre revelación y ocultamiento, para escamotear los hechos y mantener su decisión de no dar datos firmes sino insinuar potenciales sospechosos.

Otro tanto ocurre con el tratamiento del paisaje. Se trata de un entorno rural, seco, solitario, con una vegetación escasa, de un verde opaco, invernal, al que las realizadoras eligen filmar sin sol, con un cielo nublado y una luz grisácea; puentes, riachos y la ruta atravesada por camiones completan ese universo visual. A lo largo del film, de forma recurrente, aparecen esas imágenes que van construyendo una atmósfera de desolación, que por sus colores y aridez hacen presentir el desierto. En algunas escenas, Alba recorre este espacio y pareciera que busca rastros que le indiquen algún camino a seguir, mientras su cuerpo se confunde con el paisaje. En un momento tiene una visión onírica de su hermana, la cámara muestra un bulto que inquieta y desorienta aún más; en otros, el mismo espacio se muestra sin personajes, sin sonidos, como testigo silencioso, y quizás sean los planos que mejor expresan el vacío que deja la desaparición. Lo que falta.

Durante los últimos años se han realizado en Argentina numerosas películas que transcurren en pueblos chicos, con diversos enfoques, estilos y conflictos, y Una hermana comparte con muchas de ellas dos temas que se reiteran: el peso de las diferencias sociales y la emergencia de un Estado entre amenazador y ausente. Desde luego las relaciones desiguales de poder no son exclusivas de este universo, pero en ellos  pareciera que se percibe de un modo ostensible. En esta línea, el trabajo de Sofia Brockenshire y Verena Kuri reflexiona, desde un punto de vista perturbador, sobre un tipo de acontecimientos que han sucedido y continúan sucediendo, muy a menudo, en  Argentina.

Una hermana (Argentina, 2017). Dirección y guion: Sofía Brockenshire, Verena Kuri. Fotografía: Andrés Hilarión, Roman Kasseroller. Edición: Laura Bierbrauer, Sofía Brockenshire, Verena Kuri. Elenco: Sofía Palomino, Adriana Ferrer, Saúl Simonet, Sebastián Carbone. Duración: 69 minutos.

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