winters_tale_ver4_xlg

Las fábulas siempre han tenido su encanto, sobre todo si logran trascender lo previsible de sus apuestas y conmover al lector o espectador, hacerlo sentir a gusto, casi en armonía con ese pequeño hedonista que todos llevamos dentro. Sentir que creemos en sentimientos trascendentales, en amores que salvan vidas y anuncian milagros, en sueños de niños que alucinamos en plena edad adulta. Un cuento de invierno tenía, no todo, pero bastante para salir airoso en este terreno: la referencia shakesperiana –resucitada por Eric Rohmer en una de sus mejores películas de su último período, también llamada Cuento de invierno-, el coup-de-foudre –famoso flechazo de los franceses, ese amor a primera vista intempestivo e inexplicable-, la relatividad del tiempo y la posibilidad del viaje, un reparto estelar –Colin Farrell, Russell Crowe, Jennifer Connelly, Will Smith-, y una joven actriz con gracia y carisma como Jessica Brown Findlay (conocida por su papel en la serie inglesa Downton Abbey) que resulta perfecta como heroína etérea y trágica.

Pero nada de eso fue aprovechado por el director Akiva Goldsman quien, en un ejercicio de marketing presanvalentinesco basado en el best seller de Mark Helprin, cierra las puertas a cualquier resquicio de imaginación adornando los amores imposibles de Peter Blake (Colin Farrell, con un corte de pelo ridículo para la época, además de con un semblante incómodo y desapasionado) y Beverly Penn (Brown Findlay) en un entorno fantástico-bizarro con demonios y caballos alados que obedece más a la moda de Crepúsculo y afines que a las necesidades de su propia historia. Los problemas graves de guión (como un salto temporal de 100 años con un personaje –interpretado en su vejez por la hitchcokiana Eva Marie Saint – que debería tener por lo menos ¡109!), las torpezas de la puesta en escena (cuando la joven Beverly dice en off “Cuando más enferma estoy, más claramente puedo ver que todo está conectado por la luz”, vemos como una luz REAL recorre el plano interconectando los objetos presentes en un gesto de literalidad inconcebible), socavan toda posibilidad de experimentar esa magia que la historia propone desde la premisa y explicita en el relato en off que nos la presenta.

winters-tale-eva-marie-saint_zps530c79f8No se trata de exigir verosimilitud, nadie la pretende. Ni siquiera perfección: estoy convencida de que las mejores películas son aquellas que poseen errores, que respiran por ellos. La perfección supone quietud e inmutabilidad; las películas imperfectas respiran, con el tiempo dan cuenta de la época y de quienes las hicieron, de su conexión con ese mundo que habita en ellas, aún en sus defectos. Un cuento de invierno fracasa en su misma aspiración inicial: una historia de milagros, amores y fuerzas que se oponen a la magia y la esperanza necesita una luz que no sea fruto de los focos del set sino que emerja de la comunión de sus personajes. Todo aquí es enrevesado y discursivo, charlas que explican las motivaciones de los demonios, monólogos que informan las “reglas” que marcan su acción, resoluciones caprichosas de absurdas encrucijadas narrativas. En lugar de tópicos como la fe, la inmortalidad del alma, o la esperanza como motor de la vida, que aparecen en el rito de resurrección de la comedia de Shakespeare, aquí todo exuda un sentimentalismo banal y superfluo. Los caballos tienen alas digitales, Russell Crowe realiza unas morisquetas de “soy maligno” propias de un videojuego, y la aparición de Jennifer Connelly en la segunda parte disuelve cierto misticismo que tenía el anclaje a principios del siglo XX e introduce brutalmente, casi a los tropezones, conflictos propios de una postmodernidad descreída.

Un narrador con cierto manejo de la fábula clásica a la hora de concebir la película podría haber hecho de esta historia un cuento con espíritu mágico, o por lo menos un relato sólido y entretenido. Pero tantas aristas, tantos cabos sueltos, tantos giros inexplicables, tantos saltos caprichosos dan como resultado un relato que, lejos de ir sobre rieles, termina prisionero de sus propias vueltas.

Cuento de invierno (Winter’s tale, EUA, 2014), de Akiva Goldsman, c/Colin Farrell, Russell Crowe, Jessica Brown Findlay, William Hurt, Jennifer Connelly, 108’.

Si te gustó esta nota podés invitarnos un cafecito por acá: