Un_enemigo_formidable-172117585-largeEn la oscuridad de la noche, un personaje misterioso desatiende una cena con amigos para atender una llamada que lo requiere con urgencia. Es un asesino por encargo… de plagas. Ese doble juego casi paródico con el cine negro se reproduce en las diferentes etapas del día: a la luz del sol, el protagonista se muestra como un tipo bonachón que ayuda a la sociedad, pero las luces contrastantes lo bañan de un halo que bien podría caracterizarlo de perverso. La fumigación es su vida, y encara esa tarea con una épica casi heroica, encaramado en su auto al son del heavy metal tirando a trash, y relatándose a sí mismo sus aventuras en forma de soliloquios, que lo muestran tanto en el difícil encargo de eliminar las ratas en una fábrica de chocolate –encargo que cruzará toda la película-, como en su vida cotidiana donde la fumigación reina en el cuerpo (tatuada), y en la mente (sólo se lo conoce en relación a su trabajo y al círculo que frecuenta, conformado por fumigadores). En esta doble línea argumental, la meta es siempre la misma: la profesión.

Pero la reflexión en cuanto al oficio no se agota en el argumento que dicta el destino del protagonista, sino que, por el contrario, se traslada al oficio cinematográfico desde el plano estético. Uno de los amigos del protagonista habla de los fumigadores como actores, marcando un primer acercamiento hacia la auto referencialidad del cine. Asimismo, el protagonista utiliza constantemente cámaras para vigilar a las ratas, por lo que esa cámara que lo sigue bien pudo haber sido fraguada por él mismo como el registro documental del viaje que él entiende en términos heroicos, porque él está “para servir a la comunidad”.

lucas-marcheggiano-un-enemigo-formidable-1

Hay un momento en el que la cámara deja de ser transparente para dar cuenta de su propio dispositivo a través de un desenfoque. Ese juego entre la estética paródica de un noir (con los juegos detectivescos, la persecución, las calles alumbradas de luz mortecina, la pulsión de muerte…), y la suciedad del documentalismo a pulmón, la docuficción, produce un extrañamiento que permite una reflexión acerca del cine como institución (algo tieso, muerto), y la vitalidad que le imprime el dinamismo del fallo como un “momento de autonomía” que preserva al relato de su clausura. Hay algo que no cierra en el sentido total de la obra y es eso lo que la mantiene con vida.

Un enemigo formidable (Argentina; 2014), de Lucas Marcheggiano, c/Carlos Borghi, 71’.

Si te gustó esta nota podés invitarnos un cafecito por acá: