1. El pueblo de Santa Vera Cruz que retrata Un lugar en el tiempo es una construcción que, al menos en principio, se escapa de la visión del espectador. Algunos datos parecen querer dar cuenta de él, pero no hacen otra cosa que dejar en un lugar más impreciso sus rastros. Una voz en off de uno de los pobladores dice que el pueblo se llamaba Cuchiyaco, que el nombre actual vino más tarde, en apariencia, por el significado del término original. El cambio de nombre no es inocente: el traspaso de un término de la lengua originaria a uno que remite directamente al catolicismo no es solo un desplazamiento de la identidad de origen, sino un poderoso símbolo de la forma en que la conquista española, con su carga religiosa, impuso sus términos y sus representaciones (basta ver los altares dispersos en las cercanías del pueblo, o la cruz en lo alto del cerro para comprender cómo se escenifica el reemplazo y el dominio). Por otro lado, el pueblo en sí mismo no tiene un trazado preciso, que apenas se intuye en alguna escena fugaz. Como si la película evitara dar cuenta de una posible totalidad, en lugar de focalizar en un espacio común, prefiere concentrarse en los pequeños espacios individuales en donde se mueven algunos de los habitantes. De allí que, a pesar de algún elemento señalado al comienzo, le escapa a la puesta en pantalla del pueblo del cual se van yendo sus moradores, con el paso del tiempo.

2. En todo caso, lo que sobrevuela es más que la idea de pueblo abandonado, las formas en que se va estableciendo la vida en el lugar. Sin remarcar ni intervenir con un  discurso ajeno, centrándose en los personajes, lo que logra el documental es poner la tensión entre dos proyectos que parecen irreconciliables (al punto que alguien menciona que el 50 % del pueblo piensa una cosa y el otro 50 % piensa en otra). El primero es el sostenimiento de un proyecto productivo histórico del lugar, basado en la agricultura (la cosecha de aceitunas o nueces) y la ganadería a pequeña escala (cría de cabras o de ganado porcino especialmente). Es un proyecto que mira hacia la tierra y hacia el pasado –en función de la transmisión de saberes a través de las generaciones- e implica una apropiación del espacio sostenido en el planteo del individuo y de la comunidad en el que vive. El otro es un proyecto turístico, que desde el vamos se plantea desde la imposibilidad de producir para una economía de subsistencia. Es un proyecto que necesita de otros y que, para hacerlo, tiende a acomodarse a las necesidades de ese visitante potencial y su consecuente cesión de aspectos identitarios. El hombre que lo encara puede pasar del turismo puramente paisajístico al religioso, y de allí a lo místico o lo astrológico. El espacio es, en esa concepción, para explotarlo desde afuera, por lo cual no resultan extrañas sus referencias continuas a un exterior que no se condice con la realidad del pueblo (la mención a la inspiración “gaudiana” de una suerte de castillo construido por un hombre durante treinta años; el comentario de su viaje a los Estados Unidos). La diferencia entre ambos proyectos es abismal. No solo en lo que implica de generación de recursos genuinos, sino también por la relación que establece con el lugar. Para el turismo, los problemas diarios que se generan al vivir en ese pueblo de La Rioja son menores, en tanto se explota lo que hay, sin generar nada nuevo (y no es ocioso comparar ese cruce de visiones con lo que sucede e nivel macroeconómico en un país como el nuestro, por ejemplo).

3. Esa tensión está atravesada por otra más visible y expuesta, que funciona como un hilo casi imperceptible que va ligando los relatos. Que la historia se desarrolle en época de campaña electoral, no solamente brinda un marco temporal, sino que establece una mirada en la que lo político entra de lleno en el relato. Las referencias de los habitantes del pueblo pueden pasar por lo explícito, cuando señalan la cantidad de empleados municipales, pero adquiere otra dimensión cuando se plantean los problemas sin resolver y las promesas incumplidas. Hay una articulación interesante que se plantea entre dos menciones: una, referencia que el pueblo de Santa Vera Cruz no está “en el radar de los políticos”; la otra, señala que “la familia que tiene más votos es la que está en mejores condiciones de pedir” y conseguir algo de los políticos en esos tiempos de campaña. La oposición no es solo, y de nuevo, entre el proyecto colectivo y el individual, sino la constatación de que los términos en realidad no se oponen, sino que se complementan, en tanto las mismas imágenes muestran que hay un interés político pero que solo se manifiestacuando es necesario buscar votos (la caravana de la candidata a intendenta, el rally de burros en el pueblo vecino con la presencia del gobernador).

4. Es la irrupción de la política, del acto eleccionario, lo que impone la presencia temporal en el pueblo. Y tampoco hay allí contradicción con la definición más certera sobre el pueblo, dada por un habitante no nativo: “Estar en este lugar es como estar fuera del tiempo. (…) Es un lugar donde está todo por hacer y no hay nada para hacer”. Ese tiempo irrumpe en el documental, y en la vida del pueblo desde lo sonoro, desde antes que veamos las caravanas y el acto eleccionario. Es la radio la que aparece como registro que corta el silencio natural del pueblo y lo instala en un tiempo que se anuncia una y otra vez –los fragmentos que se escuchan aluden siempre a la inminencia de las elecciones-. Es en ese momento cuando el presente del relato se articula con el futuro, con la promesa renovada y el cruce con la esperanza devaluada. Pero una vez que se vota, que se superan los comentarios y los conflictos –que van desde el padrón con nombres desconocidos a la ausencia de boletas- el silencio vuelve a instalarse. Dejan de escucharse las radios. El lugar vuelve a ser tomado por la ausencia del tiempo. Por el diálogo casi susurrado entre los pobladores. Por los sonidos de la noche. Por las brasas que van ardiendo en el fuego. En ese momento el pueblo de Santa vera Cruz vuelve a ser Cuchiyaco. Es el momento en que el presente se articula con el pasado, ya no con el futuro. Aquel pasado en el que los hombres se juntaban alrededor del fuego solo para pasar la noche contándose historias.

Calificación: 6/10

Un lugar en el tiempo (Argentina, 2019). Guion y dirección: Nicolás Purdía, Pablo José Rey. Fotografía: Guido De Paula. Montaje: Lautaro Colace. Duración: 77 minutos.

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