Cars 3 es una historia de tonalidad melancólica, situada en un imaginario pueblo mitológico, y es ese atributo el que distingue a la primera película de Brian Fee (quien colaborara en anteriores entregas de la saga), diferenciándola de las dos previas aventuras de estos autos animados. Al inicio ya vemos como Rayo McQueen es derrotado por el atronador e inevitable paso del joven y soberbio Jackson Storm; luego comprobaremos que no es tan fácil que lo viejo le de paso a lo nuevo (esta máxima se puede aplicar tanto al cine como a la política).

Luego de la subvalorada Cars 2, que giraba -en clave de comedia- sobre una intriga de espías al estilo James Bond y que tenía como protagonista a Mate, ahora la aventura vuelve a estar a cargo del estelar Rayo McQueen. De alguna manera, la saga Cars es la menos pretenciosa de la nueva Pixar-Disney (y quizás por eso el ninguneo de parte de la crítica que sufre la saga respecto a otros productos de la compañía) pero ese rasgo no transforma a Car 3 en el menos interesante de los films de Pixar. El noble entramado de Pixar, que le rinde devoción y tributo permanente a los géneros forjadores de lo que hoy entendemos como cine-espectáculo, tiene en Cars una épica de aventuras deportivas que se encuentra ubicada  en calidad  a años luz de sus competidoras en el cine de animación (incluidos los ultra mediáticos Minions).

Estos autos que hablan, corren, se angustian y se ayudan entre sí reinstalan el tópico del héroe grupal en contraposición con la idea del héroe solitario e individualista, clave en la épica clásica. Hay algo de la solidaridad propia de lo colectivo en los personajes que habitan el universo de Cars, combinada con una descripción aguda de la América profunda en el retrato del pueblo de Radiador Springs como metáfora de una sociedad en la que se hace evidente el paso del tiempo. Ese espíritu de por sí melancólico que tiene en su origen la saga de Cars es lo que Brian Fee pareciera haber captado en detalle, potenciando ese contraste entre el feroz y unívoco paso del tiempo y ese universo de amistad utópico y colaborativo en el que habitan esos autos con alma humana.

Uno de los principales méritos de Cars 3 es el atreverse a profundizar en los estados de ánimo de los personajes, dotando de espesor la evolución de las acciones, que nunca se reducen a una concatenación de viñetas humorísticas. Los personajes tienen que atravesar dilemas éticos y existenciales que están en el nudo de las aventuras que deben superar, y son esos dilemas de tinte filosófico los que definen el ánimo y la personalidad de cada una de las criaturas que vemos en acción. La tristeza que habita a McQueen y el gesto profundo de no querer negociar con el paso del tiempo en ningún momento se transforma en una moraleja conservadora sino que esta  lleva consigo una defensa (podríamos decir política) de su propio pasado y de su propia historia. Es clave el hecho de que McQueen no quiera transar con el sistema y es eso lo que termina transformando al auto rojo en un héroe épico, y a su vez melancólico, dotando así a esa lucha contra molinos de viento de un impulso de rebeldía que le permitirá reencontrarse  con sus orígenes. Es en esa tensión dialéctica entre ese pasado mitológico al que McQueen se aferra con vehemencia y el frenético tiempo que no para donde se anclan las principales virtudes de la película.

También hay rasgos que la emparentan y la hacen dialogar con las películas más consagradas del estudio: ese paso del tiempo que entristece pero no inmoviliza se encuentra en Toy Story (sobre todo en la última entrega); en Up, un viejo tiene que enfrentarse a la pérdida de la compañera de toda su vida y desprenderse de esa capa de tristeza inmovilizante para seguir viviendo; y también en Intensamente, donde se encuentra una declaración de principios sobre el derecho a la tristeza que tenemos los seres humanos y que es fundamental tener a mano para sobrevivir en tiempos en los que nos vemos reducidos a consumidores maníacos y la tristeza es vista como un residuo patológico que los sujetos deben desechar.

El tiempo se vuelve así la esencia de ese ascenso y caída del ídolo, y también de su inevitable resurgir de las cenizas. Es clave en ese proceso el rol que cumple la joven entrenadora de McQueen, la que nunca se atrevió a correr y la que también desafiará sus propios límites. Ese vínculo de empatía entre ambos  hace olvidar al espectador el rol menor que tiene aquí el gran Mate (una cruza de Johnny Cash de cuatro ruedas y de una especie de Sancho Panza). Gracias a esta entrañable relación y al trabajo sobre el tiempo y la combustión que se produce entre sabiduría y juventud, es que uno pierde de vista que el final no tiene la adrenalina que se espera de las aventuras deportivas. Dentro de los variados guiños al cine de deportes, destaca la correlación con la saga Rocky, elemento que potencia a humanidad de McQueen al rendirle homenaje al personaje construido por Stallone hace ya cuatro décadas.

En esa caída en desgracia de McQueen y en ese innovar en nuevos métodos y dinámicas deportivas para lograr recuperar la gloria perdida (hecho que lo lleva a terrenos desconocidos), uno puede encontrar los ecos de Rocky 3 y Rocky 4. Esa descripción de ese viaje interior y exterior del héroe es sin duda el punto más interesante de la película. El devenir de McQueen y ese registro que tiene del envejecimiento lo emparenta con la figura de Rocky. La escena final, en la que la sabiduría y la madurez del héroe le dan paso a la juventud, es la demostración más concreta de que en Cars 3 ese pasado utópico nunca funciona como una moraleja conservadora sobre lo pernicioso del paso del tiempo. Como en los mejores títulos de la factoría Pixar (incluso hoy en día, en tiempos de explotación de cada una de las franquicias impuestas por el monstruo Disney), el mañana siempre es mejor.

Posdata: Cars 3 se proyecta con el notable corto animado Lou que gira en torno a la infancia y al fin de la misma y a sobre cómo cicatrizan las heridas.

Cars 3 (EUA, 2017), de Brian Fee, c/Owen Wilson, Cristela Alonso, Chris Cooper, Armie Hammer, 102′.

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