1.En el comienzo fue una imagen.  Una imagen que no está en el documental, pero vuelve desde el recuerdo de Lucy Patané. En el centro de esa imagen que no vemos –pero que después se replicará a partir de otras imágenes- está Pilar Arrese. Allí, está en el centro de la escena en un show de She-Devils. Ver a Pilar en escena le cambió la cabeza a algunas de las otras mujeres que siguieron su camino con el tiempo. En el recorrido de este grupo de mujeres que irrumpen en la escena musical, Pilar es como el estallido inicial, el big bang que genera todos los sistemas y planetas del universo.

2.También para el documental, el comienzo es una imagen. Pero esa imagen está en pantalla: en esas breves entrevistas filmadas que formaron parte quizás de un proyecto inconcluso, las mujeres que formaban Yilet, hablan brevemente de lo que significa tocar en un grupo integrado totalmente por chicas. Es esa imagen la que lleva al documental, desde la pregunta y desde la curiosidad de interrogarse si eran las únicas, si no había otras como ellas en ese universo de música.

3.Sin embargo, la imagen es solamente punto de partida. Lo que importa, a fin de cuentas, es la música. Entre los aciertos del documental está hacer eje en esa cuestión musical. Tanto que se puede aplicar a Una banda de chicas una frase que dice un miembro de Los Knacks en Los Knacks-Déjame en el pasado: “Nosotr@s convencemos con nuestra música”. Pienso también en que las elecciones que se toman respecto de la imagen son consecuentes con la mirada que pretende establecer el documental: quitarle a la mujer el lugar de objeto, sostenerla siempre como sujeto, desestabilizar continuamente las nociones estandarizadas –en especial esas cuestiones que aluden al patriarcado: femineidad, belleza-. Pero, a la vez, entender que no están en el centro de la escena porque responde a la mirada de una mujer, sino por el valor de lo que hacen. En un punto, la cuestión evidente –que se trata de bandas integradas por mujeres- queda suspendida en virtud de su trabajo artístico.

4.Esa dicotomía es curiosa. Puede hasta parecer contradictoria, es cierto, pero es esa misma contradicción –en mi opinión, aparente o engañosa- la que sostiene la potencialidad del discurso de Una banda de chicas: que en un punto parezca disolverse –pero no, es solo apariencia- la centralidad del hecho de ser mujer por el hecho de ser artistas, músicas. No hay disociación posible entre una cuestión y la otra: el documental sostiene ese hilo que conduce de la una a la otra con sutileza y discreción, en un segundo plano, mientras por delante aparecen, una tras otra, una serie de variantes posibles alrededor de los géneros musicales, pero hechos siempre por mujeres.

5.No es la única oposición que se plantea. Si el documental logra despegarse de la necesidad de historiar en sentido estricto hasta llegar al punto actual, lo hace a sabiendas de que es el tiempo, esa medida que se empieza a contar en Pilar Arrese, lo que generó todo. De ese comienzo no se derivan solamente el puñado de experiencias que el documental retrata, sino esa multitud de nombres que en las imágenes finales amenazan con ser interminables, con dominar la pantalla y la ciudad sobre la que se proyectan como fondo. La prueba del big bang y de la existencia de universos generados desde la primera explosión y que seguirán expandiéndose con el tiempo.

6.Hay otro punto en el cual ese sistema se rebela ante el otro más amplio y dominante. No se trata simplemente de la oposición entre hombres y mujeres, sino de los lugares asignados a cada uno de ellos. El patriarcado, ni más ni menos. Paula Maffia define con claridad al comienzo de la película, la construcción del sistema en el que el centro es la figura del rockstar: el astro es el hombre; las mujeres, en el mejor de los casos son musas inspiradoras o satélites que orbitan alrededor de ese hombre. A ello, Una banda de chicas le opone un sistema descentrado, en el que las órbitas pueden ser paralelas, pero en donde lo que ha desaparecido es el centro establecido por la figura del hombre. De nuevo, el valor proviene de las artistas, no de su relación con otro, que le brinda apenas un fragmento de su espacio.

7.En ese mismo comienzo se establece la serie de (pre)conceptos que delatan la profundidad de los pensamientos patriarcales instalados en la sociedad. “Tocás como un chabón”. “La mujer solo cuando canta bien o con un bombo legüero es respetada”. “Cuando es una mujer libre es una puta drogadicta”. Esos tres elementos son los que Una banda de chicas desintegra completamente. En principio, al concentrarse en la figura de las mujeres que toman el escenario como colectivo más o menos amplio, despeja cualquier posibilidad de comparación con el universo masculino: allí lo que vale es la propia producción artística que unas y otras tienen para ofrecer, sin cotejarlas, para ser validadas, con el otro. Por otra parte, la variedad de géneros que se entrecruzan entre y dentro de los grupos quiebra la asimilación a un tipo de música específica –por décadas, no olvidar que el territorio de las mujeres en la música parecía confinado al de la canción romántica estandarizada- y de esa manera también sacude definitivamente el tercero de los conceptos: las mujeres que muestra el documental son libres porque son artistas, porque luchan por sus derechos y porque también pueden en medio de las giras y los shows, formar y mantener una familia.

8.No quiere decir que los preconceptos no existan, solo que Una banda de chicas responde a ellos con argumentación. Es salir a dar la pelea, como una actualización de lo que Patricia Pietrafessa recuerda de los comienzos de She-Devils: salir a combatir cuando les tiraban de todo y se sufría las consecuencias de ser mujer. Y la pelea es más compleja que pararse arriba de un escenario a cantar desde el lugar de la mujer que se libera. En todo caso es parte de una pelea mucho más amplia.

9.Hay un concepto que aparece en un momento de la película que es interesante en función de los postulados que sostiene. Es la idea de la doble vida. Por un lado, mujeres que incursionan con potencia y con cierto éxito en la música. Por el otro, la comprobación de que con eso no alcanza para vivir, y que todas tienen otro trabajo que les permite luego dedicarle horas a su pasión y a su arte. En un punto asoma cierta posible contradicción, entre el rechazo a los festivales esponsoreados por firmas relevantes y el planteo de Inés Laurencena, miembro de Kumbia Queers, que dice que quizás eso se solucionaría si sonaran más en las radios, si llegaran a la TV, que eso redundaría en ingresos vía Sadaic que hoy son exiguos. Y uno tiene la tentación, piensa en esa frase que Ashleigh Enright le dice al director de cine Roland Pollard en A rainy day in New York: “Nunca agradarás a las masas porque eres un espíritu creativo”. Pero entonces aparece Miss Bolivia y su éxito y cualquier precaución posible se desmorona, aunque sea una sola la que llega. Pero quizás, quién sabe, sea esa la puerta abierta por la cual algunas más puedan llegar.

10.Sin embargo, esa doble vida se vislumbra como una obligación social impuesta sobre las mujeres. El registro se amplia, no se detiene en la escena musical aunque la involucra. Señala, por contraste, los cambios que se produjeron en los últimos años, en los que tanto las mujeres como los colectivos de la comunidad LGBTIQ fueron adquiriendo mayor visibilidad a medida que fueron conquistando derechos, una legalidad que siempre les correspondió. Pero los resabios quedan y provienen de esas instancias en las que la educación formal e informal siguen haciendo mella. Si no, ¿cómo entender lo que cuenta Ludmila, miembro de Liers, sobre la chica que después de un show fue a preguntarle cómo se animaba a salir vestida de esa manera al escenario?

11.La cantidad de ideas que se despliegan a lo largo del documental deja como consecuencia que alguna de ellas quede inevitablemente en una superficie que pide ir más a fondo (pienso especialmente en el momento en que se señala la apropiación de géneros machistas como el reggaetón para plantearlos desde otra mirada). Pero no obstante ello, logra que desde el registro de lo musical se transite hacia una mirada que convierte a la película en una pieza política que registra la ebullición de los movimientos que pelean por los derechos de la mujer. Es que la música resulta, en todo caso, un instrumento de esa lucha, un paso importante en la visibilización. Tanto que en ese camino, el documental trasmuta el sentido de su propio título, desde la idea de banda como elemento individual y ligada a lo estrictamente musical, al concepto más popular y colectivo de banda: ese que habla de muchas en el mismo camino.

Calificación: 7/10

Una banda de chicas (Argentina/2018). Dirección: Marilina Giménez. Duración: 83 minutos.

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