Una mujer madura mira por la ventana de un ferry que se desplaza por el río de cara a la ciudad de Bilbao, en España. Seguidamente se la ve mirar por una ventana oval el ensayo de un coro en su lugar de trabajo. Se toca el abdomen con expresión de dolor y cae desplomada al suelo, con todas las partituras que llevaba desparramadas. Así comienza Una ventana al mar (2019), coproducción greco-española del realizador español Miguel Angel Jiménez.

Según le hace saber una médica del hospital a Imanol (Gaizka Ugarte), a su madre María (Emma Suárez) le han diagnosticado un cáncer de intestino de grado avanzado. La situación implica un vuelco rotundo en su vida. Pide la baja en su trabajo y se muda a una habitación en la casa de su hijo (que vive junto a su esposa y dos niños de edad escolar), mientras comienza a realizar el tratamiento de quimioterapia.

Mejorada de su cuadro médico, realiza junto a dos compañeras de trabajo y amigas un viaje a Grecia que habían postergado debido a su enfermedad. María lleva un tiempo separada del padre de su hijo y no ha vuelto a rehacer pareja, más allá de algunos intentos que no prosperaron. Mientras su amiga Mentxu es la tradicional esposa, casada durante años, con un hombre que depende de ella en lo doméstico y no sabe bien cómo manejarse en su ausencia, Begu es una ex-bailarina que ha viajado por el mundo pero que no se ha casado, que flirtea con un hombre que ha conocido en el viaje y a quien María envidia en la libertad de su soltería. Además, en la conversación con Mentxu, María refiere que quizás las personas valientes y que se atreven logran consumar el futuro feliz que soñaron cuando eran jóvenes.

La enfermedad aparece entonces como un factor que introduce la cuestión del tiempo y que sitúa a la película de Jiménez como un drama romántico, en la línea de las historias de segunda oportunidad para el amor en la madurez. Las primeras tomas encuadran a María desde ventanas que marca su encierro en Bilbao, en su trabajo, en su familia y en su enfermedad. Ahora es cuestión de saber si María podrá liberarse de las excusas y los condicionamientos de la vida adulta, que la sumen en el rol de madre y profesional, para animarse a vivir; si podrá hacer de su enfermedad ya no un impedimento o situación de abatimiento, sino una oportunidad de vida.

A partir del viaje a Grecia el director abandona la focalización espectatorial (que es retomada en el tramo final, cuando María vuelva a tener una recaída en su enfermedad), para pasar a una focalización interna en la protagonista. Así entonces vemos que María comienza a alejarse de sus amigas y de los hombres que conocieron en el viaje (que las siguen pegoteados a cada excursión) y comienza a recorrer la isla de Nysiros en soledad, sin plan alguno y hasta decide permanecer allí unos días más de la fecha estipulada de regreso.

En este deambular errante, María se va acercando a Stefanos (Akilas Karazisis), un hombre un poco mayor que ella, humilde pescador (en oposición a la vida aburguesada de la protagonista), de aspecto desaliñado, bebedor asediado por las sombras del pasado, pero que supo ser en su juventud buen mozo (como lo evidencia la foto al lado del timón de su barco en que se lo ve cantando al micrófono y a la que se prendó en el flechazo María cuando la llevó con su barco hasta la isla junto a las amigas). El romance entre María y Stefanos se da paulatina y naturalmente entre ellos. Para ambos, encontrarse es la ocasión de volver a vivir, después de la tragedia de sus vidas.

Para María, la isla con su bello mar azul, con el sol que brilla en su cara, con el viento que acaricia su cuerpo y el tierno amor de Stefanos es una ventana a experimentar su feminidad, después de años de estar constreñida en roles fálicos de madre y trabajadora. De ahí el atinado título del film que se consuma en esa ventana de la casa blanca de Stefanos que está metida sobre el mar, donde decide María pasar su último tramo de vida.

Hacia el final de la película, Imanol se obstina en convencer a su madre de que regrese a Bilbao con su familia y retome el tratamiento médico. Enojado, le reprocha estar actuando como una loca y descalifica al servicio de salud griego que considera, desde el prejuicio, inferior al español. En este punto, la película habilita a preguntarse ¿qué es la vida? ¿Hasta dónde es digno prolongar la vida física de nuestros seres queridos por medios mecánicos o someterlos a tratamientos paliativos que son dolorosos, cuando no hay cura posible? La dificultad de Imanol es separarse de María en tanto madre para verla como mujer, y también para admitir lo inevitable de la muerte, lo cual le significa perder su posición de hijo para devenir un hombre.

La María conservadora, en tanto ya no tiene nada que perder, se transforma en su acto ético de optar por la experiencia del amor de Stefanos en una mujer valiente. La ventana al mar ya no constriñe como las ventanas del comienzo, por el contrario la libera del peso con que carga la sociedad a una mujer en tanto madre y le da paso a la mujer, a lo abierto de la experiencia del goce femenino.

Una ventana al mar, si bien convencional y previsible en lo que hace al género, evita patetismos innecesarios y se sostiene principalmente en el magnetismo y la destreza actoral de Emma Suárez.  Es una película de segundas oportunidades, bonita desde lo fotográfico, que habilita a pensar la experiencia de lo femenino en la madurez de la vida.

Calificación: 7/10

Una ventana al mar (España/Grecia, 2019). Dirección: Miguel Ángel Jiménez. Guion: Miguel Ángel Jimenez, Luis Gamboa, Luis Moya. Fotografía: Gorka Gómez Andreu. Montaje: Iván Aledo. Elenco: Emma suárez, Akilas Karazisis, Gaizka Ugarte, Kostas Petrou. Duración: 105 minutos. Disponible en https://www.cineueargentina.com/

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