Este verano vi Vikingos. Toda la serie completa en unas dos semanas. Hacía un tiempo me la había cruzado, había visto algunos capítulos salteados cuando mi hermano la seguía con humilde lealtad. No terminaba de entender qué era lo que él le veía de bueno. Sé que con las series me paso de vivo y me cuesta dejarme enganchar. Es el formato en el que más se devela el trabajo del guion: los conflictos, las necesidades dramáticas, la construcción de personajes; en pocas palabras, es el relato en el que más se evidencia si hay una buena historia que valga la pena contar…y mirar. Y en Vikingos no veía más que un montón de musculosos muy enormes y muy rubios, un intento de mirada feminista con mujeres guerreras, todo convertido en una excusa para eso, para el despliegue visual. Tantas series y películas tomaron el Gladiador de Ridley Scott para quedarse en lo más básico que era esa fuerza visual, esa potente imagen de un hombre (o mujer, en Vikingos) salpicando su propia cara con la sangre de su oponente. La barbarie como una filosofía de superación y lucha. Y no podía dejar de relacionarlo con los y las fanáticas del gimnasio extremo, que a veces veo corriendo por la vereda de casa con las pesas en su espalda.

Para mi Vikingos era eso, algo sin profundidad narrativa. Pero tanto escuché hablar de ella, y tanto escuché hablar de Ragnar, que me decidí y me puse a verla. No necesité más que dos capítulos para entender que era cosa seria. Rubios y musculosos, es cierto; su protagonista, Ragnar, es súper sexy y la esposa súpersuper sexy. Pero había algo en las aspiraciones de este granjero, en su deseo de explorar lo desconocido en un mundo en donde casi todo era desconocido y lo conocido lo explicaban los dioses.

Ragnar y un puñado de hombres llegan por casualidad a las costas de Inglaterra (Playas de Lindisfarne, 8 de junio de 793, hecho histórico), y sucede lo increíble, eso que sucederá a lo largo de toda la serie y que nunca dejará de ser tan increíble. El choque entre dos culturas. El primer encuentro entre los monjes cristianos y los vikingos. Fue tan shockeante ver a los hombres del norte llegar en sus barcos que los curas pensaron que eran los jinetes del apocalipsis. Y corrían llorando por el fin del mundo mientras los vikingos, con dioses más sangrientos y reales, solo pensaron en matar y saquear. Solo uno de ellos fue un poco más lejos, Ragnar, el granjero, que eligió bien su tesoro: un monje que le enseñaría todo sobre el cristianismo e iniciaría un diálogo entre dos mundos muy distintos, que terminan siendo hermanos e iguales ante la mirada de sus dioses invisibles.

Vikingos muestra sangre y muestra músculos, pero también se ensucia por meterse hasta el fondo del barro. Trabaja temas como la espiritualidad, el destino, y la necesidad de las personas de creer en las fantasías religiosas. Sucede también algo inusual e inesperado: Vikingos podría ser una mirada crítica sobre las sociedades o, mejor dicho, sobre la Historia. La religión es un tema central en sus temporadas, y es porque la religión es tema central en la historia de la humanidad. Mientras que los vikingos buscaban morir con dignidad y en combate para entrar al Valhalla, los franceses e ingleses hacían todo por su dios. Todas sus acciones, ya sea torturar, mutilar, matar, todo es justificado por la religión. Había en sus sociedades un poder invisible pero omnipotente que dominaba a todos por igual. No importaba quién fueras, dios era todo poderoso y todo lo que sucedía era por su voluntad divina, que como cristiano debías aceptar. Esto refleja nuestra manera de pensar el mundo, la idea del pecado, la idea de la mujer como objeto de tentación, como objeto que desviaba el amor que el hombre debía sentir por dios. Mujer a la que le era prohibido leer la biblia porque se la consideraba el error del hombre. Mujer que no llegaba a ser reina, porque sólo existía el título de rey. Mujer que no podía elegir, porque era su esposo el que elegía por ella, y antes había sido su padre. El cruce entre vikingos y cristianos marcó un fuerte retroceso. Se los mostrará como bárbaros y brutos cuando podríamos pensarlos hoy como incipientes feministas.

Enloquecido por las reflexiones que proponía la serie, empecé a buscar en internet sobre todos sus personajes y encontré algo que me voló la cabeza. Todos y cada uno de ellos son personajes que existieron. Los guionistas no empezaron simplemente a inventar nombres al azar sino que recopilaron toda la historia conocida sobre los vikingos, y luego redoblaron la apuesta. Tomaron todos los datos históricos que existen y, a partir de ahí, empezaron a contar su historia. Una historia que es muy parecida a la real. Los hechos que sucedieron, que son parte del pasado, solo que tal vez no coinciden las fechas o los lugares. Rollo, por ejemplo, aparece como hermano de Ragnar, pero en realidad fueron dos vikingos que no se conocieron.

Todo esto era extraño. Todo igual a la verdad, pero con algunas diferencias en el lugar o en el año. De a poco empecé a entender que los datos históricos de los vikingos no son más que una historia una vez contada. Que si algo de aquella época tal vez es verídico o comprobable es porque los historiadores lo han encontrado narrado en libros. Libros escritos por personas, personas que sabían escribir, o sea… monjes. Monjes que cuando vieron por primera vez a los vikingos, los creyeron como enviados del apocalipsis. Lo que sabemos de aquella época puede ser tan falso como que Ragnar y Rollo se conocieron, o tan real como que Ragnar invadió París. Todo es tan ambiguo hasta el punto de que ya no tiene tanta importancia. Se está escribiendo una historia nueva, y si es más atractiva que la anterior, quizás podríamos elegir en creer esta y no tanto la otra.

Vikingos (Irlanda/Canadá, 2013). Creada por Michael Hirst. Elenco: Travis Fimmel, Katheryn Winnick, Gustaf Skarsgård, Alexander Ludwig, Clive Standen, Alex Høgh Andersen, Maude Hirst, Jordan Patrick Smith. Disponible en Netflix.

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