3420771743_b97bce8b03Hay cosas que deberían enseñarse en la escuela primaria. Por ejemplo, que John Ford adaptó a Kafka y prefiguró a Lynch. ¿Por qué razón una película como When Willie Comes Marching Home ha permanecido tanto tiempo en el anonimato? Sea por lo que sea, este tipo de revelaciones demuestra hasta qué punto el DVD ha cambiado nuestra percepción del cine y cuánto puede cambiar y enriquecerse el mapa retrospectivo del mismo. Lo de adaptar a Kafka es una generalización. Lo que hay aquí es una pesadilla absurda en la que la voluntad de un personaje se ve reducida al mínimo. Y eso, tratándose de una película industrial estadounidense ubicada en el contexto ficticio de la II Guerra Mundial, es mucho decir. A primera vista es una comedia, pero sus enredos inverosímiles y su torpe slapstick anecdótico, terminan depositando un sedimento insensato, desesperado, libertario. Sin sentido de la idealización heroica, patriarcal, religiosa y nacionalista extrema.

El argumento es digno de Preston Sturges (y aquí hay un par de actores suyos): un tipo es el primero de un pequeño pueblo de Virginia en ser llamado a filas. El alcalde lo despide con gran pompa. Se entrena durante unas semanas y lo destinan a la base militar de… su propio pueblo. Es recibido con otra fiesta y lo condecoran en previsión de los actos heroicos que ya tendrá tiempo de realizar. Pero pasan los años, la guerra se acerca a su fin y, como es un gran instructor de tiro, no consigue nunca ser trasladado al frente. A consecuencias de ello, el padre comienza a avergonzarse de su hijo, la novia no le da pelota, su futura suegra se larga a llorar cada vez que lo ve porque piensa en el hijo que ha sido destinado a Europa, el taxista que le había prometido viajes gratis durante toda la vida por ser el primer soldado de la ciudad en ir al campo de batalla empieza a cobrarle, y los vecinos le dan vuelta la cara cuando pasa, le niegan el saludo y hablan a sus espaldas. Desesperado, pide ser destinado al campo de batalla por cuarta vez en la película y lo consigue merced a un golpe de suerte: deberá reemplazar a un artillero que se ha enfermado una hora antes de que parta su avión.

A esa intervención del azar, combinada con una distracción cotidiana, elemento que en el cine clásico brillaba por su ausencia, se debe que la vida del protagonista pegue otro giro: el avión en el que viaja se queda sin combustible y, como no puede aterrizar debido a la niebla, es abandonado por la tripulación antes de que se estrelle en el mar. Pero el muchacho se queda dormido, no escucha la orden, salta tarde y cae en manos de la resistencia francesa que, a su vez, está filmando las pruebas atómicas del ejército alemán. Una vez que los resistentes comprueban que este soldado aturdido y medio lelo es buen tipo, o que al menos es estadounidense, lo casan con la líder de la resistencia (una mina que fue cantante de cabaret, está bárbara, anda siempre con una pistola en la cintura y el escote deslenguado), le encargan el microfilm con las imágenes de las pruebas y lo embarcan borracho y de madrugada a Inglaterra. De allí, derechito a Washington, en donde lo interrogan hasta el cansancio, desconfiados por la posibilidad de que sea un doble espía y, una vez convencidos de su lealtad, lo regresan a su pueblo bajo palabra de que no cuente nada de lo sucedido.

willie876De modo que, tan sólo cuatro días después de haberse marchado, el tipo llega de incógnito, aturdido y tambaleándose después de tanto ajetreo, que también incluyó a un médico del ejército intentándolo internar en un psiquiático. Atraviesa el jardín de la casa en la que vive con sus padres a hurtadillas (allí es donde los futuros suburbios infernales de Lynch encuentran uno de sus antecedentes más improbable), entra a la cocina por la ventana, el viejo lo surte pensando que es un ladrón, la vieja le da leche mezclada con alcohol para que se reponga, lo que le provoca el vómito, su novia lo cree loco, y el aquelarre encuentra su clímax con la llegada del ejército en pleno, que lo proclama oficial y públicamente como un héroe. La película podría haber terminado con la terrible situación de un tipo que es héroe pero no puede decirlo o, peor aún, que es tomado por loco no importa lo que diga. Pero esta segunda, que cumple con la convención del final feliz, no es menos radical que la primera. Porque lo único que deja en claro es que la heroicidad ocurre a costa de la voluntad del individuo, que no entiende ni jamás es dueño de lo que le pasa, pues siempre son otros los que deciden por él sin importarle, o al menos sin comprender, lo que siente. Nunca Ford fue tan oscuro siendo tan libre.

When Willie Comes Marching Home (EUA, 1950), de John Ford, c/Dan Dailey, Corinne Calvet, Colleen Townsend, 82′.

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